Si algo demuestra la
selección de directivos para la sanidad andaluza es que los
aspirantes no necesitan destacar por su trayectoria académica o
profesional. Completar un adecuado trasiego por puestos subalternos y
realizar viajes de peloteo a la capital es suficiente para hacer
carrera en la administración. Como muestra puede servir el simpático
y poco estudioso adjunto de un servicio cualquiera que tras hacer
méritos en ambulatorios y comarcales se encaramó a la cima gracias
al apoyo de viejas amistades.
Los que le conocimos en
sus vísperas, cuando paseaba el hospital con peculiar gracejo,
recordamos la alergia que le producía la práctica médica y la
firme afición política que exhibía. Con orgullo profético me
adjudico el mérito de haber pronosticado en más de una ocasión que
entre todos los que animábamos el cotarro como aficionados él sería
el único que triunfaría en política como profesional. No es solo
que llevara el rojerío a flor de piel es que su desapego por los
asuntos clínicos indicaba devociones más sólidas que la medicina.
En esto como en otras cosas hizo escuela. También es verdad que una
vez que puso el pie en la gestión informaba a todo el que quisiera
escucharlo que su propósito era no volver a usar el fonendo y tal
como lo dijo lo cumplió. Eso es carácter.
Si no la inauguró, fue
uno de los primeros en utilizar la puerta giratoria para pasar del
coro al caño, de la política a la empresa, de dirigir la sanidad a
sanear su cuenta corriente. Y eso que llegó presumiendo de carnet
del PC cuando todos éramos unos pardillos. Fue él quien transmitió
la consiga del Comité Central de presentar pelea en el Colegió de
Médicos que tan entretenidos nos tuvo una temporada y de la que
tantas enseñanzas sacamos más de uno.
El buen político,
decía, es el que sabe a quién hay que servir, que por principio
siempre es el que manda, sin olvidar el que paga al que manda. Con
semejante filosofía y una tanda de murmuración contra los
adversarios se avanza por el proceloso mar de la política sin
necesidad de fajarse para el trabajo y, por supuesto, sin fiarse de
nadie. De su trato, que en algún momento fue estrecho sin llegar a
íntimo, recuerdo el agnosticismo mundano, además del divino, que
profesaba. Poco crédulo en valores, empezando por los propios, podía
reírse de todo sin olvidarse de él mismo, lo que le concedía
cintura para remendar tanto un roto como un descosido.
Como al resto de
aquellos rojos, la vida lo tiene orillado en espera de sacarlo de
circulación sin que eso suponga perder el sentido del humor. Porque
estos cuadros no pretenden ajustar cuentas ni afear conductas,
tampoco digo que sean de alabanza ni que traten de ser precisos. Son
un entretenimiento que intenta rememorar una época en la que nos
sentíamos protagonistas al implicarnos en el cambio de sistema
político que nos tocó vivir. Algunos aportamos poco pero otros,
como el personaje de hoy, estoy seguro que se sienten satisfechos de
lo que hicieron, y hacen bien.
CIRANO
Buen retrato, hasta mesurado y amable y está muy bien, como divertimiento que es..."Blanco y en botijo, leche fijo"
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