La sociedad en
general, las pequeñas comunidades, las reuniones o la familia son
conjuntos de individuos cohesionados por empatía o por necesidad. La
fuerza de interacción social no es universal como la de la gravedad
ni siempre atrae hacia el centro. La tendencia natural de los humanos
al hermanamiento o al gremialismo debe superar una serie de factores
entrópicos que tienden al desorden. Ni que decir tiene que los
individuos dotados de capacidad destructiva concretan la variedad de
estupidez más peligrosa que existe porque atentan contra la simpatía
haciéndose los simpáticos. Me refiero al dinamitero que ahora
coloniza las redes sociales como antes infectaba asambleas haciéndose
oír y gustándose, que ahí está la clave. La política es terreno
abonado para su proliferación donde actúan sin distinción de
género.
El dinamitero es el prototipo de
experto que hace su trabajo con eficacia porque conoce la potencia de
la onda expansiva y sabe colocar la carga para que haga el máximo
daño. Se le puede seguir por el rastro que va dejando: familia,
trabajo, reuniones, asambleas: construcción que toca la reduce a
ceniza. Zalamero y disfrazado es difícil de detectar a primera vista
ya que actúa una vez ganada la confianza y cuando conoce la esencia
que sostiene el edificio a demoler. En su descargo hay que decir que
lo hace con la misma buena fe que el dogmático que amenaza con el
fuego eterno y que como él está dominado por la egolatría, esa
ventada desde la que se amplifican los paisajes interiores sin dejar
resquicio al ajeno.
Hace tiempo que no es necesario
criticar al catolicismo porque se ha visto lo que da de sí. Ahora
está pasando lo mismo con el capitalismo, se debería dejar de
chismorrear porque con contabilizar sus efectos es suficiente: el 1%
más rico tiene tanto patrimonio como el resto del mundo y la
desigualdad social es tan profunda que se considera insalvable. Los
dinamiteros actuales trabajan camuflados de brigada antiexplosivos.
Los dos sectores más influyentes en la opinión pública como son el
político y el mediático operan embozados contra la cohesión que
debería aglutinar a las víctimas del capitalismo. La motivación
que inspira a la caterva de antisociales vestidos de etiqueta es la
vanidad, un hueco de popularidad por el que se convierten en lacayos
del capitalismo a cambio de una limosna que les indemniza de la
traición a su gente y a su pueblo. Con mucho menos que eso se
conforman los voluntarios que por solo oírse defienden una clase a
la que nunca han pertenecido ni van a pertenecer movidos por ese
instintos destructor que les hace reventar cualquier confluencia que
no parta de su propio ombligo.
CIRANO
Sutil y melifluo, querido paisano.
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