MISTERIOS GOZOSOS








            Lo conoció en una convivencia. El cura argentino que dirigía los ejercicios espirituales inventó aquello de los retiros sentimentales con el objeto, decía, de rebajar tensión diluyéndola entre hermanos. Limpiar la polución del inconsciente lo llamaba. Así que los agrupó de manera aleatoria para intercambiar mugre como hacen los aficionados a la terapia de grupo. En principio las reflexiones de aquel santurrón que se sentó a su lado le parecieron más extrañas que atractivas, pero la relajaban. La hacían olvidar la guerra sucia de la política. Cuando empezó a notar que también olvidaba los conflictos con su marido se sintió como si tomara tranquilizantes. Tan insignificante lo encontraba que no le dio importancia a las confidencias que permutaron mientras paseaban, cogidos de la mano, por el emparrado del convento. Como si se tratara del efecto sedante de un estupefaciente se encontró un día en sus brazos revolviendo la lengua entre las encías carnosas del seminarista. De ahí a la cama transitó como violando la ley de la gravedad. Cuando sin preámbulo lo dejó entrar a toda vela por la entrepierna como lo había hecho por la mente, comprendió que estaba ocurriendo algo irremediable, seguramente pecaminoso, pero necesario. Al cabo de un rato, cuando le había despachado media docena de orgasmos, algo desconocido hasta el momento, le preguntó alarmada¿pero es que tú no te corres nunca? Acabaron reconociendo que su mano izquierda no debería saber lo que hacía la derecha y quedaron para después de los ejercicios que, por cierto, pasaron en un suspiro. Con el tiempo el silencioso se convirtió en parlanchín y además de placer largo le daba verbo procaz como condimento de la gula. Al fraile se le ocurrió llamar polvo diferido a su manera de follar,para significar la particularidad de correrse a voluntad.
            Dolores se ruborizaba en público cuando se acordaba de lo que hacía en privado. Un día, sin querer, se le escapó en rueda de prensa, aquello de que cada palo debía aguantar su vela, mientras recordaba la mecha del curilla y tuvo que apretar los muslos porque sentía el ralentí del beato tocándole sus partes. En otra ocasión soltó lo de la manso izquierda y la derecha saboreando el cosquilleo de la masturbación mental. Pero el orgasmo máximo le llegó con el escorzo de esquivar la palabra. Cuando se encontraba acorralada por el subconsciente, cuando parecía que iba a brotar el verbo delator pudo sortear la querencia que la encadenada a polvo diferido sustituyéndola, en el último momento, por indemnización en diferido que viene a ser lo mismo. Así que lo repitió, urgida por las contracciones, como se repite el golpeteo de las pelvis en movimiento: en diferido… en… diferido, en diferido…

CIRANO

2 comentarios:

  1. Amigo Cirano, no conocía yo tus referencias sexuales en diferido. Tal vez es lo que se llevaba en cierta parte de la sociedad, porque en los barrios era en directo. Lo de diferido era cuando se ahorraba un par de pesetas y marchábamos a Gibralfaro y no precisamente a ver Málaga la Bella desde el altozano morisco. Mi pequeña explicación puede que recuerdes, tal vez de oídas, esas visitas que en definitiva era como asistir a esos ejercicios espirituales de los pijos del momento, pero aquí con amplia sonrisa. Lo que había una gran diferencia era entre el dibujo de tu reflexión, con tiras brasileñas y la realidad de las damas del altozano morisco que eran como gatos acostados y enroscados. Por lo demás todos eran como ejercicios espirituales y con algunos eufemismos como el de follar por el del polvo, que nunca conseguimos el por qué. Seguiremos reflexionando sobre el tema aunque sea en diferido, porque para otra cosa, ya se nos pasó el arroz a algunos de mi edad. Saludos MANUEL RUIZ BENITEZ

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  2. El caso clínico que presenta Cirano describe el comportamiento típico de la personalidad sádica conocida como amantis religiosa. La tal Dolores obtiene placer, no como se quiere indicar recordando la habilidad del beato que se la fumiga, sino exhibiendo ante el público su deseo de matar al padre (Rajoy), humillar a la familia que la promociona (PP) y despreciar a la sociedad que la sostiene. El instrumento de su venganza es el instrumento del beato que, por lo visto, domina a voluntad; pero su obsesión es hacer daño. Cuanto más consciente es del daño que causa, más placer siente, precisamente, en público que es el campo de sus afanes. No es descabellado pensar que el oscuro objeto de su deseo sea el propio Bárcenas con el que mantiene una relación amor-odio.

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