¿ME ESTARÁ PASANDO LO QUE A MAS?
Lo peor no es a ir por lana y salir trasquilado como le ha pasado al Honorable. (Esto de ladistinción representativa me parece un dislate: honorable, magnífico, santidad, alteza …, atributosgratuitos que suponenvalores intrínsecos a quienes visten un cargo por el mero hecho de ostentarlo. Habrá presidents de diverso grado de honorabilidad, rectores más o menos magníficos, papas no tan santos y reyes capaces de bajezas). Pero a lo que iba, peor que fracasar, que es lo que hacía Don Quijote con dignidad, es asumirlo sin grandeza. Prometió Mas no presentarse a posteriores elecciones pensando que una vez separados de España, su figura fundadora sobrevolaría por la historia como un Ataúlfo o un Washington de imperecedera memoria.
Creer ser lo que no es uno, pretender que los demás admiren valores que nos concedemos cuando, fija la vista en el ombligo,nos despeñamos hacia la vanidad, es el camino más corto hasta logrotesco. ¿Nos da derecho a opinar y juzgar a los demás la sola posibilidad de poder hacerlo? Es posible que si, es posible que la solución sea esa, que haya que presentarse a justas allá donde las haya para contender con argumentos allá donde te dejen. Lo que pasa es que para alcanzar un púlpito donde poder hacer el ridículo con altavoces hay que superar una selección tan dura, que la mayoría nos tenemos que conformar con asomarnos a ventanas en penumbra, sin que eso, por otra parte,garantice genialidades.
CIRANO
Unas breves notas para acompañar a mi amigo CIRANO. Todo esta dicho sobre los Nacionalismo, desde que es un invento de los conservadores para distraer, hasta que para nosotros es difícil entender esa forma de vida, porque vivimos en un lugar donde tantas civilizaciones nos han acompañado multitud de ocasiones y preferimos ser ciudadanos del mundo. Nuestra cultura nadie tiene que defenderla, ya se encarga ella de mantenerse, cuando no la usemos será que ya no es útil. Bastantes problemas tiene el mundo para añadirle una que me parece de menor importancia.
Solo algo más, la política pone a cada cual donde le corresponde y los independentistas del norte de la península (soy respetuoso) han podido comprobar que teta y sopa no es posible. Los muchos ciudadanos que habitan aquellas tierras y que han aceptado su cultura y su condiciones laborales, les han dicho que ya esta bien, que acepten que este mundo ya ha cambiado y que las cruzadas fueron un desastre para todos.
Aprovechando los radicales cambios de esta jodida crisis, porque no buscamos modificaciones en la representación de las culturas y de los ciudadanos, quizás se conseguiría eliminar las dualidades y los aprovechados profesionales de la política.
INDALESIO DIC.2012
COLUMNA
ResponderEliminarNacionalismo
El mayor aliado que tiene el independentismo catalán es el Gobierno del PP
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JOHN CARLIN24 NOV 2012 - 20:59 CET
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Hoy es un buen día para rescatar el ensayo sobre el nacionalismo del autor que recibió una bala franquista en el cuello durante la guerra civil española y después escribió Homenaje a Cataluña. En sus Notas sobre el nacionalismo George Orwell explica que no se limita a la conexión entre identidad política y el accidente de haber nacido dentro de un determinado territorio geográfico. Para Orwell el nacionalismo abarca mucho más; es un estado mental inflexible y poco racional, muchas veces auto engañoso e hipócrita, siempre competitivo y en su esencia —aunque el término no estaba tan en boga en sus tiempos como ahora— racista.
“Por nacionalismo quiero decir, primero, el hábito de suponer que los seres humanos pueden ser clasificados como insectos y que bloques enteros de millones o decenas de millones de personas pueden ser clasificados con certeza como buenos o malos”, escribe Orwell. “Pero segundo —y esto es mucho más importante— me refiero al hábito de identificarse con una sola nación u otra unidad, colocarla más allá del bien y del mal y no reconocer ninguna otra obligación más allá de la de promover sus intereses”. El escritor británico detecta estas actitudes tanto en los ideólogos de la derecha y de la izquierda como en los fanáticos religiosos, pero lo interesante hoy, precisamente, es ponderar lo útil que pueda ser su ensayo como definición de las expresiones cada día más extremas del nacionalismo catalán y de lo que en Cataluña llaman “el nacionalismo español”.
Pasa el tiempo y uno ve como el discurso de ambos va encajando, cada día más, con estas dos precisiones orwellianas. Los independentistas catalanes clasifican a “los españoles” —o a los andaluces o a los extremeños— como si cada uno de ellos no fuera un individuo único y soberano; sus enemigos en el resto de España clasifican a “los catalanes” con el mismo deshumanizante desdén. Cada uno entiende sus obligaciones e intereses en función de los prejuicios que le han inculcado y se muestra incapaz —o no tiene la más mínima voluntad— de intentar meterse en la piel del otro. Como entendería Orwell si estuviera vivo, y como muchas veces se ha dicho, la guerra civil española aún no ha terminado; los hábitos mentales de aquellos tiempos perduran y el diálogo de sordos sobre el tema nacionalista sirve como buen ejemplo. Se eleva y se eleva la temperatura de la discusión, se impone el conflicto sobre el debate, la emoción sobre la racionalidad y la posibilidad de llegar a soluciones pragmáticas, basadas en un sobrio análisis de las aspiraciones o los temores del otro, se esfuman. Lo que brilla por su ausencia es el respeto mutuo. Empatía: nadie parece entender el significado, o el valor, de la palabra, mucho menos los dirigentes políticos.
PARTE 2ª NACIONALISMO DE JHON CARLIN
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La regla parece ser que el chilla más alto será el ganador. El objetivo es negar lo que es real para el otro, hacer que desaparezca como por arte de magia, pero lo que ocurre es que se echa más leña al fuego, se genera mayor antagonismo. Esta ha sido la consecuencia de prácticamente todas las declaraciones sobre la cuestión catalana provenientes del Gobierno de Mariano Rajoy (“españolizar a los catalanes”, etcétera) desde la enorme manifestación independentista en Barcelona del 11 de septiembre. Cuatro meses antes se oyó a Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, pedir que se suspendiera la final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Athletic Bilbao porque los aficionados iban a pitar el himno nacional. No se suspendió y lo pitaron; pero si se hubiera suspendido el sentimiento independentista se hubiera inflamado más, no al revés.
La realidad es que el mayor aliado que tiene el independentismo catalán, más influyente que Convergència i Unió o Esquerra Republicana sobre los corazones y las mentes de la población, es el gobierno del PP. El peor aliado sería un gobierno nacional dispuesto a reconocer que el impulso secesionista responde a emociones reales y se debe tomar en serio, que merece una respuesta medida y respetuosa, abierta al diálogo. Partiendo, por ejemplo, del reconocimiento de que el catalán es un idioma auténticamente nacional hablado por muchos millones de españoles y que no se emplea, como algunos españoles fuera de Cataluña parecen creer, “solamente para joder”. Por el otro lado se podría hacer un esfuerzo para reflexionar sobre la arraigada noción de que “los catalanes somos superiores al resto de los españoles” o preguntarse, suponiendo que sea verdad que sin Cataluña serían más pobres aquellos seres humanos que por las cosas del destino nacieron en otra región de España, si éste es un tema digno de interés o compasión. Aunque como dice Orwell, según su definición del pensamiento “nacionalista”, “la lealtad es el tema, y la compasión deja de operar”.
Orwell reconoce al final de su ensayo que “estos odios y amores nacionalistas forman parte de lo que la mayoría somos….nos guste o no”. Es decir, no se trata de una cuestión meramente española; es un síntoma del subdesarrollo de la civilización humana. Pero se puede hacer “un esfuerzo moral”, propone Orwell, para que nuestros inevitables impulsos emocionales no contaminen nuestros procesos mentales. Una modesta propuesta (vivo en Cataluña, soy de familia madrileña y conozco un poco el tema) para iniciar el recorrido por este camino: ¿por qué no intentamos moderar un poco el lenguaje cuando hablamos de los “catalanes” o “los madrileños” o “los andaluces”? ¿Por qué no considerar racistas no solo a los que insultan a los negros, o a los musulmanes, o a los “sudacas” o a los judíos sino también a aquellos que denigran los que han nacido dentro del territorio español? Se daría un pequeño paso adelante, quizá, si en la cultura española esto fuera mal visto también.
La última noticia que se acaba de airear sobre el libro del Papa es que, aparte de negar protagonismo a la mula y el buey, aclara que los Reyes Magos provenían de Tartesos. Solo falta conocer si escribe ex cátedra, bajo la inspiración de Espíritu Santo, para reivindicar Andalucía como la tierra elegida por el creador para sembrar la semilla de la civilización (si Más pillara un chollo de estos). Desde estas alturas podemos valorar la pequeñez de las disputas territoriales con magnanimidad. En la Edad Media los profesionales se organizaron en gremios para defender el mercado, su identidad era su oficio y su objetivo protegerse frente al intrusismo. De los intereses que encubre el nacionalismo que analiza Orwel, lo que menos cuenta es la raza por su indefendible solvencia, pero eso no quita que hoy o mañana en el Senado se pague un intérprete para que Montilla, natural de Iznájar (Córdoba) se entienda con Chávez natural de Cádiz, con el dinero de todos.
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