Einstein
pensaba que el sentimiento religioso cósmico impulsa el
comportamiento humano más elevado que no es otro que el de
cooperación. Lo comparten aquellos que trabajan para mejorar la
humanidad haciendo avanzar el conocimiento, aunque “el
principio rector es, en todas partes, tanto en la vida económica
como en la política, la lucha implacable por el éxito a expensas
del prójimo”. No
hay que insistir en que habría que valorar más el esfuerzo que el
genio, la voluntad que la capacidad, el trabajo que los resultados.
Interpreto que Einstein quería decir que la inteligencia humana es
parte de la inteligencia universal y que al estar regido por un
engranaje causal el Universo se entiende a sí mismo. Uno debería
justificar su vida por los objetivos que persigue y la voluntad con
lo que los enfrenta a partir de los medios con los que cuenta según
predicaba la parábola de los talentos o de la equidad.
Prigogine
y Stengers en su libro Entre
el tiempo y la eternidad
(Alianza Editorial, 1988, pg. 216) afirman que “un
punto contiene una información infinita mientras que nuestras
medidas o nuestros cálculos suponen una precisión finita”.
Un punto sin ligaduras es totalmente libre, en presencia de otro
punto se supone que su libertad disminuye y rodeado de infinitos
puntos caería a cero. La complejidad restringe libertad al necesitar
mayores niveles de orden para funcionar (y yo con más albedrío
tengo menos libertad lamentaba Segismundo en La vida es sueño) De
ahí que si nuestros cálculos se hacen con sistemas complejos tengan
precisión finita. El liberalismo viene alzando la voz hace tiempo
para reclamar libertad sin cortapisas como ente abstracto. Al ser
contrarios libertad y orden la productividad necesita un arbitraje
para ordenar el régimen económico. Podría servir el ejemplo del
coronavirus. Se está viendo que los contagios aumentan si se relaja
la disciplina. A pesar de ello, la derecha liberal protestó las
normas del ejecutivo apelando a principios y no a resultados que eran
buenos. El que los hechos demuestren que el control es eficaz para
prevenir la propagación del virus se revuelve contra el principio de
libertad absoluta.
Para
que un sistema social (nación, empresa, pueblo) pueda realizar
trabajo necesita estar ordenado. El orden no es una cualidad
intrínseca de los sistemas sino una imposición externa. Una
orquesta o un equipo de fútbol no se ordenan espontáneamente hasta
alcanzar el estado de máximo rendimiento, necesitan un director o un
entrenador que los organice. Las sociedades tampoco se estructuran
por la mano invisible que Adam Smith atribuía al mercado; incluso
las que se autogestionan deben someterse a directrices. El
capitalismo se adapta tanto al orden autoritario como al desorden
controlado siempre que el poder mantenga fluido el disolvente del
mercado. Lo que reclaman los liberales no es libertad caótica,
quieren disfrutar de grados de libertad particular para explotar
nichos de riqueza selectivos haciendo al Estado cómplice de la
desigualdad que los beneficia.
CIRANO
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