El
yo propio es personificación, mientras que el yo que se le supone al
otro es representación. O lo que es lo mismo: yo soy; a ti te veo.
Esto podría ser el pensamiento de cualquier animal, pero la
inteligencia humana además de relacionarse materialmente con el otro
puede penetrar en su realidad para entenderla desde dentro. Es lo que
enseñaba a sus hijos el abogado Atticus Finch en Matar un ruiseñor
de Harper Lee: “Uno
no comprende realmente a una persona hasta que no se mete en su piel
y camina dentro de ella”.
El problema es que, aunque se tenga capacidad para meterse en la piel
del otro, la mayoría de las veces falta voluntad de hacerlo y otras
da miedo.
Entrar
en la piel de una mala persona debe ser como pasearse por el infierno
que diría Dante. No quiero ni pensar lo que puede ser el meollo del
pensamiento de los que mienten a sabiendas, se basan en datos falsos
y no respetan la dignidad de los que consideran enemigos. Los malos
modos que muestran algunos políticos son la expresión del hervidero
de odio que brota de dentro y eso ni es novedad ni necesita
espeleología sicológica para advertirlo. Por desgracia la grosería
y el tensar la cuerda es una táctica que se da tanto en la izquierda
como en la derecha. No sé si los actuales voceros de la ultraderecha
del PP y VOX destilan más grosería y zafiedad de la que soltó en
su día el ladrador del PSOE que enganchó el calcañar de Suarez y
no lo soltó hasta que se escondió detrás del escaño mientras su
víctima mantenía el tipo enfrentándose a los sublevados. Por
desgracia la política espectáculo vende más que la reflexiva y
aunque los delirantes sean minoría aplastante se les da cancha
porque llaman la atención, aunque en el fondo sean unos cobardes
como ha demostrado Trump encerrándose en el búnker por unos
alborotos callejeros.
El
revuelo mediático de la minoría ruidosa de ultraderecha está
desviando la atención de lo importante como antes lo hizo el ruido
de los burgueses catalanes. La noticia no es que unos maleducados
insulten la inteligencia en el congreso de los diputados, es que no
dejan que se hable de la enseñanza, investigación y sanidad que son
los pilares que deberían sostener el progreso social. Si se permite
que abran los bares mientras permanecen cerradas las escuelas, los
docentes deberían trasladar allí las clases para esos niños que no
pueden perder un curso escolar y carecen del soporte familiar que lo
compense. Los investigadores, por su parte, deberían rebelarse para
denunciar con su presencia en los laboratorios la falta de visión de
los políticos y a los sanitarios no les queda más que aguantar,
porque pedirles que vuelvan a las marchas blancas con las que
defendieron nuestro derecho a la salud frente a la depredación de la
derecha es pedir demasiado después de lo que están pasando. Gregory
Peck interpretó un personaje honesto que conecta con la gente
honrada pero que deja indiferente a la gentuza que no se conmueve con
la desgracia ajena y le importa un rábano la desigualdad. El
reciente asesinato de George Floyd por la policía demuestra la
inmovilidad del pensamiento reaccionario que parece reproducir
escenas de la película, aunque ahora la sociedad no esté dispuesta
a aguantar matones, como debería hacer el parlamento español con la
ultraderecha y no seguir como si tal cosa.
CIRANO
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