Las
cosas se habían puesto tan mal para los mayores que un grupo de
ancianos de ambos sexos decidieron organizar una cena al modo de La
Grande Buoffe al final de la cual pensaban envenenarse en un
aquelarre dionisíaco. Pertenecían a la clase acomodada de
profesionales liberales mantenidos por una holgada pensión con la
que sostenían las pérdidas de los planes de pensiones que ya se
habían cobrado su tajada del sueldo. Aparte del mediano estado de
salud les unía la circunstancia de que sus familiares los tenían
aparcados en espera de la herencia sin compromiso de cuidados por
falta de tiempo y, sobre todo, de ganas. A pesar de los achaques
ninguno estaba discapacitado del todo ni padecía enfermedad
terminal, aparte de la soledad. Una de las secuelas de la pandemia
fue que la sociedad dio la espalda a los veteranos acusándolos de
improductivos y peligrosos cuando no hacía tanto se les consideraba
entrañables. Pero como las amistades están para las ocasiones, el
nuevo contexto vino a disipar dudas. Por lo pronto, la gente prefería
que se quedaran en casa a verlos por la calle donde se les miraba con
recelo. En las residencias los trataban como animales y empezó a
escasear el servicio doméstico.
La
propuesta, que nació casi en broma y venía de una viuda a la que
acababan de diagnosticarle un cáncer con el que no estaba dispuesta
a pelear, tomó cuerpo al pasearse por wasap hasta que decidieron
plantearlo en serio. Un par de médicos gotosos diseñaron un
protocolo que avanzaba a través de una escalada de drogas hasta
terminar quitándose de en medio de manera razonable sin sufrimiento
e incluso con alivio. El preámbulo sería un chute de alucinógenos
que les traería vivencias con la que no se atrevieron en la
juventud. Una vez ahítos de excitantes vendrían los relajantes para
quienes hubieran superado el colocón. Llevaban días
aprovisionándose de lo último de lo último que se despachaba a las
puertas de las discotecas tras acostumbrarse al esnifado de coca que
ya se había convertido en rutina, aunque las resacas estuvieron a
punto de echar para atrás a más de uno.
Cuando
llegó el día acudieron todos ya puestos y vestidos con sus mejores
ternos a la casa de uno de ellos que al estar en las afueras les
pareció la más adecuada. Empezaron bebiendo y cargando la recámara
con desinhibiciones nunca alcanzadas, hasta el punto de que en
seguida estaban todos en pelota picada. Lo que no se habían atrevido
a hacer en vida se lo llevarían por bandera a la otra. El fiestón
se alargó durante la noche sin contratiempos ni sustos
premonitorios, parecía que sacaban fuerzas de flaqueza para el
último arreón. Mal que bien se iban cumpliendo las pautas marcadas
por los expertos con la sorpresa del inesperado revivir del sexo.
Habían empezado a las seis de la tarde y cuando a la mañana
siguiente entró la señora de la limpieza los encontró groguis
desparramados por camas y sillones. Empezó a despertarlos con
precaución hasta que le dijeron que volviera por la tarde ya que, de
momento, no necesitaban ayuda. Una vez espabilados y medio aseados
votaron entre terminar la faena o dejarlo para mejor ocasión. La
decisión fue unánime.
CIRANO
¡¡ Bienvenido al mundo del relato!! que nos tenía usted abandonado. La búsqueda de esa felicidad es el bien que da la sabiduría a los mayores, salvo que no les gusta enseñar los pliegues de la piel porque ya que buscan esa felicidad que sea bonita. Bienvenido.
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