El
homo sapiens se siente orgulloso de utilizar el método científico
para demostrar hipótesis mediante la prueba ensayo-error; pero
cuando descubre que esa estrategia también se usa en categorías
inferiores de la naturaleza asegura que es casualidad y lo desprecia,
hasta que llega un virus y lo pone firme. Si cualquier humano pudiera
ver su maquinaria interna con alta resolución comprobaría que todas
las reacciones que sostienen su fisiología, desde la absorción de
nutrientes hasta la elaboración del pensamiento, siguen un patrón
ensayo-error que avanza a trompicones. Si la vida se sostiene dentro
de un orden es por la eficacia del equipo de mantenimiento que se
ocupa de reparar fallos que no dejan de producirse a todos los
niveles. Tanto es así, que cuando algo funciona sin necesidad de
reajuste es presagio de desastre. Es lo que les ocurre a células
normales que aceptan la primera salida que se les ofrece, sea legal o
no, para convertirse en tumorales. Dado que su objetivo es crecer sin
objetivo, les da igual el medio usado para conseguirlo, aunque sea
morder la mano que les da el pan. Los tejidos tumorales, si a ese
amasijo que solo ansía el poder se le puede llamar tejido, dan
completa libertad a sus células para obtener beneficio a cualquier
precio incluyendo la destrucción de las defensas del anfitrión
sacrificando el organismo que las mantiene. El peligro viene de quien
se cree infalible y no de quien duda.
Los
sistemas complejos actúan conjugando múltiples variables, por lo
que son difíciles de entender y más todavía de descifrar. Aunque
se sientan sus efectos y se puedan calcular algunas de las causas que
los producen, como ocurre con las tormentas, el entramado resulta
casi imposible de explicar. Tornados, tumores, sistemas políticos o
comportamiento humano entran dentro de lo complejo. Ante la
impotencia para manejarlos a veces se simplifican mediante lo que se
llama teoría de campo efectiva, artificio que no deja de ser un
atajo. No obstante, hay propuestas temerarias que dando un paso más
creen simplificar lo complicado al mirarlo desde un solo punto de
vista. El pensamiento liberal, por ejemplo, intenta explicar el
entramado social a partir de la libertad.
La
autonomía del tumor es tan necia e inexplicable como la de cualquier
modelo obcecado que no reconoce dependencia ni relación de hospedaje
a pesar de vivir a su costa. El capitalismo tan aficionado a premiar
comportamientos que dependen de una sola cualidad humana sea belleza,
toque de balón o falta de escrúpulos en el manejo de la honradez es
otro ejemplo de sublimación de la eficacia hasta el absurdo. En las
sociedades capitalistas impera la ética del especialista que utiliza
ideología tumoral para fragmentar el conocimiento. Explotar recursos
naturales, provocar desigualdad, deprimir la enseñanza que es el
sistema inmune de la sociedad, todo es válido para conseguir el
único objetivo del enriquecimiento de unos pocos. Los demás
asistimos pasivos al espectáculo con docilidad de rebaño, pero sin
inmunidad de grupo ni rastro de vacuna.
CIRANO
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