A
mí me parece, sin datos que lo respalden, que el factor que rompió
la armonía de la tribu nómada, si es que esa organización era
armónica, fue la propiedad y en concreto el dinero. Detrás de lo
mío vendría el nosotros y en consecuencia los otros y el enemigo.
Las religiones en lugar de suavizar el maniqueísmo lo reforzaron con
barreras ideológicas insuperables. Ahora somos lo que tenemos y más
que afinidades nos une el rechazo a lo diferente. Antes de la crisis
sanitaria el mundo asumía a regañadientes que los buenos eran los
empresarios que al gestionar la riqueza procuran medios con los que
la sociedad se sostiene trabajando. Pero después del desastre
organizativo que ha destapado el virus y tras señalar las distintas
vías de agua que pueden anegar el sistema, hay opiniones que
cuestionan la capacidad del capitalismo para enfrentarse a los retos
del futuro. Se está poniendo en duda que la globalización y el
liberalismo sean la mejor estrategia para asegurar el desarrollo
teniendo en cuenta que la naturaleza progresa en base a la diversidad
y la colaboración.
Las
sociedades complejas en las que vivimos se sostienen a base de pactos
de confianza relativa según el principio “te
doy para que me des”.
La pregunta es si cuando se alcance la nueva normalidad se tendrá
que modificar el modelo de afinidades que venía funcionando para
volcar la confianza en quien se sabe que no va a fallar (nosotros) en
lugar de mantenerla en quienes han fallado (ellos). El problema es
saber quienes somos ahora nosotros y quienes son ellos. Lo primero
que habrá que ver es si va a cambiar algo para que todo siga igual.
La dificultad de entender el comportamiento social o incluso el de
uno mismo estriba en que lo complejo no es un ente puro donde solo
habita la complejidad, sino que se trata de una mezcla de distintas
dosis de simple y complejo, como una nube no es una superficie ni un
volumen sino combinación de ambos. La sociedad no es el conjunto de
seres buenos o malos, sino el resultado de la convivencia de buenos,
malos, honrados, tramposos, listos, tontos, estúpidos, discretos…en
donde no es fácil diferenciar unos de otros, máxime cuando cada uno
de nosotros es también una mezcla de listo, tonto, estúpido,
simpático, en lo racional y en lo emocional. Puede que la principal
enseñanza que se saca al analizar la complejidad (humana, social,
subatómica, cosmológica) sea la improcedencia de la jerarquización
en valores en lugar de en datos o en hechos. La mayoría de las
clasificaciones están pensadas para descalificar: creyentes-no
creyentes; riqueza-pobreza; inteligencia-estupidez; bondad-maldad.
Para contestar a la pregunta del título habría que estratificar la
actividad en funciones según la utilidad social en base a
generosidad (estoy dispuesto a dar más de lo que me den) en lugar de
egoísmo (solo doy si recibo más a cambio) y ver que aporta cada
uno.
CIRANO
El Garrotín acaba de superar las 100.000 visitas que lo convierten en persona mayor. Creo que es buen momento para homenajear a su editor Indalesio que, aparte de diseñarlo con ese aire de rebeldía aprendido en la lucha contra la dictadura, ha sabido dirigirlo con la ironía que los grandes temas de que trata merecen. Como escritor aficionado me siento orgulloso de ser aceptado entre los colaboradores y de ser tratado con el cariño de una amistad de tantos años. Larga vida al Garrotín, a su editor y a su fiel clientela que lo mantiene vivo.
ResponderEliminarUn abrazo a todos de CIRANO
Han sido más de diez años con presencia semanal tanto con estado de opinión como de filosofía no tan barata, y yo como editor me siento orgulloso de haber ayudado a que este nuestro país elaboré un estados de opinión consistente. Y sabéis? continuaremos contra viento con coronavirus, y marea con voz crítica, ayudando a que este país encuentre su orgullo y el rigor que se merece.
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