AUTOCRÍTICA







El gestor de las emociones es el miedo y, en consecuencia, el apego a la vida viene del temor a la muerte. El deseo de vivir debería ser simétrico al rechazo a morir y sus vectores, esperanza y prudencia, también; pero estas variables no siempre correlacionan, porque el pánico desencadena a veces temeridad. El peligro no conlleva necesariamente precaución, la estupidez dejada a su aire acaba en disparate.
Esta mañana me he levantado sin estar seguro si debía quedarme en la cama. Quizá me haya precipitado al hacerlo, porque al no tener ocupaciones apremiantes lo correcto hubiera sido aguantar otro rato entre las sábanas. Una vez puesto el pie en el suelo empecé a dudar entre adecentarme o seguir con el pijama. Se trata de un problema difícil de resolver porque nunca se sabe lo que puede pasar. Decidí asearme y vestirme con la ropa de estar por casa que era la única referencia segura a la que podía atenerme. Mientras desayunaba leí el periódico con gran turbación sin saber si debía detenerme en editoriales y colaboraciones o pararme en las noticias que vienen a decir todos los días lo mismo con ligeras variaciones de cifras. Tampoco tenía claro el tiempo que debía dedicar al reposo tras romper el ayuno. Estuve un rato pensando lo que hacer hasta que decidí pasar al cuarto de estudio, conectar la música y ponerme a escribir estas cavilaciones que enturbian mi ánimo al enfrentar mis incertidumbres a la seguridad de tanta gente que sabe lo que hay que hacer y no para de decirle al gobierno lo que debería haber hecho, lo que tendría que estar haciendo y lo que puede hacer en el futuro. Esa certeza me pone nervioso porque manejan datos tan veraces, argumentan con razones tan sólidas y se expresan con un léxico tan depurado que me hunden en la miseria. No sé cómo los organismos internacionales, los parlamentos, las comunidades de vecinos y los medios de comunicación no les hacen más caso.
Su infalibilidad me acompleja hasta el punto de inspirar esta confusión general que busca la redención de mis pecados por apartarme de su credo. Este país sería grande si le hiciera caso a los clarividentes que llaman a la confrontación y a la división en plena tormenta. No sé como todo el mundo no ve con nitidez que la mejor estrategia para corregir el rumbo es romper el timón y tirar los víveres por la borda. Planteado desde la ética kantiana de la intención está claro, como la luz del día, que el gobierno ha movilizado a una partida de desalmados para infectar residencias de ancianos y cambiar las cifras de afectados que pasan las comunidades con ejemplar disciplina. No hay duda de que se dan las condiciones ideales para tratar la independencia puesto que la pandemia es una excusa que no se mantiene ante la realidad. Preferiría estar dirigido por alguno de estos genios indiscretos en lugar de por moderados que actúan con precaución. La sagacidad de una oposición tan responsable es lo que esperan los ciudadanos. ¿Cómo no saber lo que hacer estando advertidos por semejantes lumbreras? Esperaré a ver lo que dice el oráculo antes de adoptar la próxima decisión; aunque en el fondo me da miedo que esto se desmadre.
CIRANO

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