Ignoro
cómo percibían los ciudadanos romanos la realidad de la decadencia
del Imperio teniéndola encima. Al margen de los datos que recogen
los historiadores sobre escasez de alimentos o tumultos, estoy seguro
de que desde el mendigo hasta el potentado suponían que aquello no
pasaría a mayores, porque casos peores habían superado. Como los
políticos empezaron a mentir desde que se inventó la palabra, el
pópulo no tenía por qué alarmarse si en el Senado se oían voces
agoreras. Mi interpretación sin fundamento es qué, aunque el
Imperio Romano acabó desapareciendo, los pilares que sostenían el
sistema político (familia, religión monoteísta y capitalismo) se
mantuvieron en pie proponiendo todas las variables de desigualdad
(desde dictaduras a democracias pasando por los diversos tipos de
monarquía) hasta que ahora empiezan a dar señales de debilidad.
La
familia como unidad de cohesión social no pasa por buenos momentos.
La desaparición de la estructura patriarcal y la fragilidad son
datos estadísticos significativos que no tienen por qué estar
ligados causalmente. La Iglesia se ha topado con el sexto
mandamiento, aunque ha eludido con su cinismo particular el que manda
no desear a la mujer de tu prójimo arguyendo que no menciona a
párvulos y monjitas. La democracia, infectada por la mentira y la
corrupción, tampoco atraviesa momentos boyantes y el capitalismo, en
el que la estafa se supone como el valor en la mili, está llevando a
la economía a una situación de desigualdad que, o se corrige o
acarreará protestas como la de los franceses que con las algaradas
de los chalecos amarillos han dado un aviso.
La
corrupción se puede equiparar a la gangrena, infección que solo se
ataja con la extirpación radical del tejido afectado. Por el
contrario, si se trata con paños calientes se propaga sin control
según demuestra la evidencia científica. El tratamiento quirúrgico,
como es natural, lo ha de hacer un especialista y nunca debe ni puede
ser el propio enfermo el que realice la amputación, ya que la mano
corrupta no puede extirparse a sí misma. La propuesta de las
autoridades de encomendar a las propias entidades infectas el
tratamiento es un claro abuso de poder y señala el desprecio de
políticos y ejecutivos por su clientela.
Ante
semejante bochorno quedan dos vías de defensa, por una parte, la
justicia que se define ciega e independiente y por otra, el propio
pueblo instalado en modo sumisión. El poder judicial de este país
depende en lo económico del ejecutivo y en lo funcional de un órgano
politizado. El pueblo recibe la educación por el sistema público de
enseñanza que depende en lo económico del ejecutivo y en lo
funcional de las redes de desinformación. En definitiva, la única
oportunidad de intervención en los asuntos públicos es a través
del voto, aunque puestos a responsabilizarse habría que exigir algo
más que la borregada electoral, porque no solo de votar vive la
democracia.
CIRANO
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