Los
indicadores de estabilidad política no parecen mostrar la solidez
democrática deseable en Europa. Más bien detectan el malestar que
produce el abuso de la economía financiera y la complacencia de los
partidos que fueron izquierda en su día. Desde mi deformación
profesional creo que la solución no pasa por aplicar terapias
sintomáticas, sino por un tratamiento en profundidad.
La
lógica elemental, matriz de toda variedad de deducciones, procede
del modelo evolutivo: la vida progresa en el planeta Tierra por donde
puede y como puede. Eso marca el sentido de los acontecimientos, los
de la política también. Avanzar no supone casi nunca progresar en
el mejor sentido posible, sino adoptar lo factible. A pesar de todo,
la realidad de ahora se percibe mejor que el pasado. La evolución es
como una corriente de agua que sigue el curso que permite el terreno.
Va por donde puede siguiendo el principio de que lo fácil es más
más probable que lo difícil.
La
sociedad ha venido adaptándose a la comodidad del consumo que
propone el mercado sin que el socialismo haya sabido modificar el
rumbo debido, precisamente, al carácter acomodaticio de la
socialdemocracia. Al aceptar la dialéctica capitalista que sacrifica
la justicia social en beneficio de unos pocos, el socialismo entra en
contradicción: sus principios no se corresponden con la política
que se ve obligado a practicar. Al socialismo le persigue su pasado
sin que lo reconozca su presente. Quiso conquistar a las masas sin
contar con los medios de producción y eso se ha visto que no es
posible. El socialismo de la Transición llevaba en su seno el veneno
que lo liquidaría: corrupción y deslealtad. ¿Cómo se asimila que
el referente del socialismo acabe en el consejo de administración de
una multinacional y sus adláteres en la cárcel? La izquierda de a
pie está más que perpleja al sentirse engañada por el partido
socialista. La ilusión se diluyó en lo que se denominó desencanto,
tan cercano en el tiempo al éxito que acabaría matándolo.
Es
necesario coordinar esfuerzos desde la sociedad. Los políticos
deberían buscar colaboración inteligente en lugar de acólitos
obedientes. La cocina política de los partidos es tan cutre, huele
tanto a aceite refrito y adereza guisos tan indigestos que no es
extraño que produzca solo pinches de tercera.
Ortega
y Gasset, recoge en La rebelión de las masas, un dato demográfico
del economista Werner Sombar: “desde
que en siglo VI comienza la historia europea hasta el año 1800 -por
tanto, en toda la longitud de doce siglos-, Europa no consigue llegar
a otra cifra de población que la de 180 millones de habitantes. Pues
bien, de 1800 a 1914 -por tanto, en poco más de un siglo- la
población europea asciende de 180 a ¡460 millones!”
Está claro que la razón es el progreso técnico y la democracia
liberal. Oponerse a esa fuerza expansiva fue el gran error del
socialismo. Si se hubieran dado cuenta del poder real del capital se
lo habrían pensado dos veces antes de lanzarse a tumba abierta. El
capitalismo matón post-URSS está cayendo en contradicciones que le
restan credibilidad por el abuso de poder, la poca atención a los
jóvenes y, sobre todo, por la corrupción. La única arma que le
puede hacer daño es la honradez. A la larga se verá que capitalismo
honrado es socialismo. Al PSOE se le podría perdonar la
socialdemocracia siempre que sea honrado. Su apuesta por la
eficiencia tiene que demostrar que la gestión pública es más
rentable que la privada. El objetivo no es apoderarse de los medios
de producción, sino defender los espacios públicos de educación,
sanidad y medio ambiente.
CIRANO
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