Volvía
al hospital después del fin de semana con la sensación de que
alguna novedad me aguardaba y no tardé en comprobar el acierto de la
premonición. Nada más entrar al Servicio escuché un ruido inusual
para una sala de cuidados paliativos donde el llanto es más
frecuente que la risa. Porque eran auténticas risotadas las que
salían de la habitación 2D en la que dejé al capellán consolando
a un moribundo, cuando me fui el viernes, pasadas las tres de la
tarde. Todas las agonías no son iguales, a veces el doliente se
anima unos momentos antes de despedirse de esta vida; pero esa
resurrección risueña y hasta gloriosa no la había visto nunca.
- ¿Qué le pasa a este? - pregunté a la enfermera que lo atendía.
- Pues nada -me contestó- que se ha enterado que su vecina de habitación ha tenido una recaída fatal y le ha entrado la risa diciendo que hay otros peor que él. No es que haya mejorado, el contrario, pero el fracaso multiorgánico de la otra le ha subido la moral y está pidiendo el alta.
- Pero si está muy debilitado y ha perdido siete kilos -respondí- ni siquiera tiene donde sostenerse.
- Dice que ha encontrado unas muletas viejas de hierro que le sirven de apoyo.
No creo que le
convenga arrastrar esa carga, pensé avanzando hacia mi despacho. En
la puerta me encontré a un compañero con una hoja de consulta para
atender a un lechuguino que ingresó muy débil y que había mejorado
mucho con lo que le daban unos y otros, además de lo que sacaba del
propio hospital.
- Exige al alta a toda costa -me dijo- para hacerse cargo del revivido al que quiere llevar en su coche a tomar unas cañas.
- Habrá que darles el alta a los dos -contesté.
- El resucitado no acepta la oferta del que se ve próspero -comentó mi colega- dice que tiene que ser él quien conduzca y que las copas las pague el compañero de viaje que se les ha unido a última hora. Antes quieren entrar en la habitación de la difunta para asegurarse de que, efectivamente, no levanta cabeza.
Al reunirse se
dan cuenta de que el aparecido se ha puesto serio y los obliga a
salir en formación, si quieren presentarse juntos por la calle.
Sumisos aceptan marcar el paso mientras entonan “Nadie
en el tercio sabía…”.
En la entrada se cruzan con los familiares de la víctima a los que
dan el pésame con cara risueña, prometiendo acudir al entierro si,
Dios no lo quiera, acaba produciéndose el deceso. Al poco me ha
llamado el director para anunciarme que, en vista de los cambios que
se avecinan, me suspende de empleo y sueldo porque el Servicio no ha
estado a la altura.
- La paciente, que entró tan contenta para una operación estética -argumenta- va camino de salir con los pies por delante. Entenderás -me dice- que tengo que dar algún escarmiento y dejar la plantilla lo más ligera posible ante lo que se nos viene encima, que no es otra cosa que la privatización.
- Y tú ¿qué piensas hacer? -me atreví a preguntarle.
- ¿Yo?, ¡soy el novio de la muerte! -gritó con aires de fiera.
CIRANO
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