Los
negocios más boyantes han estado relacionados siempre con las
compañías de seguros porque se basan en dos pilares
inquebrantables, como son el miedo y la normalidad. La distribución
de cualquier rasgo en la población se adapta a la conocida curva de
Gauss llamada normal, que refleja la redundancia de que la mayoría
de la población es normal. La normalidad sicológica es el resultado
del empaquetamiento de sesgos personales mediante ligaduras
irracionales. Si todos tienen miedo al futuro y se hacen un seguro,
el negocio está garantizado. Los políticos actúan como corredores
de seguros que saben que no van a cumplir las cláusulas de la
póliza. La normalidad es muy elástica porque no existe un patrón
estándar para medirla como el metro en longitud o el kilogramo en
peso. Lo normal es una aproximación a lo más corriente, por lo que
cuanto más vulgar se sea, más cerca se anda de la normalidad.
La mayoría
es conservadora y cuando decide extremarse se inclina a la derecha.
Los motivos son los mismos que alimentan la normalidad, es decir, la
ignorancia y el miedo, siendo el primero factor determinante del
segundo. Los que dicen que el pueblo que no conoce su historia está
abocado a repetirla lo hacen pensando en lo malo y deseando que lo
bueno vuelva una y otra vez como función de circo. La vida es
cíclica y poco original, por lo que las reposiciones están
aseguradas. Es más, la tranquilidad se consigue a base de insistir
en lo conocido. Para los viejos, que son minoría significativa, es
relajante pisar caminos ya andados. Los jóvenes irán volviendo la
vista atrás conforme vayan creando su historia.
Que
la ultraderecha destaque montando números esperpénticos es algo que
ha ocurrido muchas veces, aunque cada vez lo haga con menos brío. Ya
no es la Inquisición ni los Golpes de Estado; el mantra de meter
miedo llega ahora adulterado por el nacionalismo, la emigración y el
individualismo, con otros valores a la baja. Eso no quiere decir que
no sean peligrosos ni que su reclamo deje de calar en capas sociales
que no temen perder su empleo porque no lo tienen, pero que quieren
conservar el móvil, las series y las tertulias basura de televisión
con las que digieren la hamburguesa de gato que se acaban de tomar.
Lo preocupante es que antes, la extrema derecha se nutría del clero,
el ejército y la nobleza, y ahora recoge afiliados en la cola del
paro. Bajar los brazos como hace la sociedad pobre, inculta y
aburguesada por la costra de comodidad, consumo e incultura que
ofrece el capitalismo, es derrapar hacia la cuneta por la derecha.
CIRANO
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