Uno de los mayores problemas que se nos presenta en la sociedad
actual es la administración de la justicia, nadie ni los propios
jueces están contentos con sus planteamientos y sus resultados.
Considerando que somos ciudadanos sin una formación rigurosa basada
en el conocimiento de las leyes, opinamos con bastante frecuencia de
una forma altamente vulgar y zafia de los asuntos judiciales que cada
día se nos presenta. Así pues como somos ignorantes y se nos
presentan muchas situaciones comprometidas que ni sabemos ni podemos
resolver, tenemos que acudir a un tercero que sea capaz de
interpretar las normas de comportamiento y que sepa aplicar las
medidas correctoras que son necesarias para poner paz en nuestra
sociedad. Este es el Juez, que sabiendo las normas de comportamiento,
pone en marcha el hacer justicia para resolver los asuntos que la
ciudadanía se plantea. Cuando era bastante joven, quise entender
que aquel que impartía justicia era un hombre con grandes
conocimientos y con un don sobrenatural que le servía para dictar
resoluciones de los asuntos más complejos y me sirvió de ejemplo el
sabio Salomón. La fascinación de como con sabiduría se puede hacer
justicia me acompañó mucho tiempo y me hizo creer que la justicia
era inequívoca. Luego mi cuñado, hombre muy versado en leyes por su
profesión y carrera de Magistrado, me fue resolviendo dudas y
aclarando los equívocos que se me presentaban por mi implicación
ideológica. Él además de de sabiduría y conocimiento, tenía lo
que yo llamaba contaminación ideológica, era un cristiano ferviente
que de forma inequívoca tenía una implicación con su fe. Pero sé
con certeza que no se dejaba influenciar por sus convicciones
religiosas, y era un hombre recto y equilibrado que dictaba
sentencias con un gran rigor y confutación.
Después, faltando él me sentí perdido porque coincidió con una
enorme cantidad de actos delictivos, interpretaciones de
comportamiento punitivos del mundo de la política y aumento de actos
de delitos sobre la propiedad usando los medios de soberanía. Varias
cosas me sorprendieron con su enseñanza, una que la pena no es un
castigo sino una remisión y rehabilitación por el daño cometido.
Que el máximo de pena posible son los treinta años de reclusión, y
que si un reo no ha corregido su comportamiento en estos plazos ya no
se corregirá, y habrá que buscar otra alternativa para su
tratamiento. Este pronunciamiento se que no es fácil de aceptar por
la la ciudadanía, pero si queremos una sociedad justa tendremos
que comprender que es el único camino posible.
INDALESIO
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