AQUELLOS ROJOS. Cuadro siete





Había un médico en el otro hospital que lo primero que hacía al llegar al trabajo, muy de mañana, era ir al retrete donde se supone que descargaba junto con los desperdicios digestivos la tensión que acumulaba en su domicilio. Por lo visto, la relajación no le venía vía doméstica sino profesional. Era menudo e inseguro, se pasaba el día dando vueltas de un lado a otro porque el cargo que ostentaba se lo permitía. Volvía tarde a casa cansado de no hacer nada. La gente sabía que era un inepto, él también, pero todo el mundo se comportaba como si tomara decisiones o tramitara asuntos. No obstante tenía la mesa de su despacho llena de libros y papeles, recordaba la que el dictador utilizaba como trinchera. Solo servía para resolver los problemas que llegaban resueltos. Último toque. Era ferviente católico, o al menos así lo decía él, afiliado a la secta incómoda con la parábola del camello y el ojo de la aguja, de la que se valió para ganar la cátedra de Escaqueología. Tímido y escurridizo no era el único que se relajaba al calor del segundo hogar. No digamos los protegidos de las Hijas de la Caridad que regentaban la enfermería con abnegación. Un jefe de servicio ya mayor desayunaba todos los días, incluido festivos tras asistir a misa en la capilla del centro, en la séptima planta donde la comunidad tenía su habitación y el capellán sus reales. No se sabe si también hacía de vientre como su colega, pero era evidente que llegaba aliviado al despacho.
Los médicos creyentes con título obtenido en facultades de medicina y no en escuelas parroquiales aducen objeción de conciencia para no prescribir tratamientos paliativos a enfermos terminales ni recomendar preservativos a la juventud. Por muy absurdo que parezca, la ley permite esta manera de eludir responsabilidades. No es bueno mezclar moral individual con asuntos públicos como tampoco lo es embadurnar de política y de negocio la sanidad.
Es posible que el rasgo más significativo de los hospitales en el momento actual sea el formalismo profesional en contraste con la familiaridad que reinaba no hace tanto. El descontento de los trabajadores empezó cuando se introdujo el nuevo modelo de gestión y no porque les asustara el trabajo sino porque se enturbiaron las relaciones. Por regla general los profesionales sanitarios conservan buen recuerdo de su trabajo a pesar de los momentos difíciles que se pasan. Eso puede que dependa de que hacen lo que les gusta respondiendo a motivaciones vocacionales. A los mayores nos extraña comprobar el mal ambiente que se respira en el mismo hospital donde trabajamos con ilusión y no creo que sea solo cuestión de la edad.
Los hospitales no son hoteles como predican los liberales. Tan disparatado me parece el símil que no voy a perder tiempo en refutarlo. Tampoco son fábricas o empresas de servicios. En los hospitales se desarrolla la solidaridad que puede que sea la cualidad que más ayuda al progreso de la especie humana. Cuando muera el jumento que se está acostumbrando a no comer vendrán los lamentos. Los gestores sanitarios actúan como las moscas que intentan salir por la ventana sin percatarse de la impenetrabilidad del vidrio. Chocan una y otra vez con el cristal esperando que se deje traspasar sin romperse ni mancharse. Actúan como los mayordomos que adoran al señorito porque les permite quitarle las botas. La política neoliberal asume el papel de lacayo del capitalismo con tanto celo que no le importa entregar el pan de hijos ajenos sin darse cuenta que a continuación le exigirán el de los suyos.

CIRANO

No hay comentarios:

Publicar un comentario