A la vanidad le pasa lo
que a la bulimia, vomita lo poco que tiene para hacer sitio al
alimento que se rechaza. En ambos casos se establece una relación
asintótica entre deseo y satisfacción. Caperucito Rojo necesita
enanos que le canten el ay ho, ay ho al verlo sin darse cuenta de que
eso pertenece a otra historia. Es el típico personaje que cada
mañana, antes de salir de casa se dice que pudiendo quedar mal para
que va a quedar bien. Así que se atusa la media barba, se pertrecha
de mala sombra, ensaya la sonrisa mecánica y empieza a compararse
con los demás. Buscando industrias con las que destacar se dio
cuenta de que la estadística era una herramienta útil para el
trapicheo y que la investigación podía satisfacer su retórica
porque lo aleatorio permite un lenguaje donde los conceptos se
diluyen.
Por mucho que nos
detestemos a nosotros mismos en algún momento nos mostramos
indulgentes hasta compadecernos. Por lo mismo, quienes se gustan
tienen también momentos de debilidad en los que se desprecian. Sin
embargo los hay tan engreídos que solo se miran desde el perfil
bueno. Caperucito cuando se disfraza de rojo escoge la tonalidad más
suave para que parezca que está allí de paso porque lo suyo es
epatar. Lo mismo le ocurre con sus conocimientos: emplea frases
inciertas que pueden terminar de una manera y de la contraria. Por
eso le gusta la estadística y por eso se dedicó a la supuración
interna. Su metafísica le lleva a percibir que más allá de la
amistad, bordeando la traición, se abre el páramo de la maldad y
lamenta no haber sido el leñador al que encargó la madrastra traer
el corazón de Caperucita. Porque no puede evitar la envidia ni
esperar a que el sicario resuelva sus dudas, le saben a poco los
talentos que le tocaron en suerte. Porque al preguntar al espejo
mantiene la esperanza de recibir la respuesta que lo tranquilice,
cultiva la adulación con verbo espeso como el vómito bulímico.
Encontró un filón en
publicaciones noria repitiendo versiones idénticas con títulos
equívocos que inducen a pensar que traen algo distinto a lo del
cangilón anterior. Pero como todos los tramposos, sabe que más allá
de la camarilla la comunidad científica lo tiene en poco, la ciencia
no lo valora y que lo mejor que hizo su hospital fue jubilarlo. Es
proverbial el servilismo que despliega para situarse. También es
singular la ira que le abrasa cuando se cuestiona su valía. Ahí se
ve la verdadera dimensión de su ego, ahí se remueve el Eclesiastés:
vanidad de vanidades, dijo el Predicador, y todo vanidad. La
vanidad es una forma de llegar a necio dando un rodeo acaba de
decir Eduardo Mendoza en el discurso de aceptación del Premio
Cervantes y estoy con él en que la ficción no trata de hechos sino
de la vida. Por su parte Miguel Carreño, escritor aficionado y
clandestino como yo, piensa que la vanidad es la hermana pobre de
la inteligencia aproximación que me convence más que la del
laureado.
CIRANO
magnífico retrato en su forma, polémico en su fondo "sabateriano"
ResponderEliminarEspíritu sin nombre,
ResponderEliminarindefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
***
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.
Yo en fin soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.