AQUELLOS ROJOS Cuadro 4





Los sólidos flotan dependiendo de su densidad, de ahí que el oro se hunda en el agua y el corcho no. En política ocurre algo parecido: el que tiene peso específico naufraga y el liviano progresa. Para comprobarlo bastaría pasar revista a los emergentes que destacaron en los gloriosos años de la transición. En el hospital del que se viene hablando surgió un grupo de rojos que tras entregarse a la causa con ingenuidad de novicios encallaron mientras que otros menos comprometidos lograron navegar el Guadalquivir aprovechando mareas propicias.
La primera cuestión que habría que dejar claro es que la ideología de izquierdas se penalizó en la Constitución, en los gobiernos, en las autonomías y en la sociedad. Da la impresión de que lo único que puede acabar con la desigualdad son las grandes empresas, la banca y el liberalismo. Una consecuencia de sentirse castigado en el rincón es que los progresistas, a veces, tratan de justificarse fichando independientes, mientras la derecha jamás recurre a personal ajeno por muy escasa de candidatos que esté. Por eso no es de extrañar que teniendo en cuenta los pocos afiliados con los que contaban los pesoistas cuando accedieron al poder hicieran la vista gorda sobre el historial de nuevos socios, entre otras cosas, para disimular el dudoso pedigrí de alguna de sus figuras. Se prefirió adhesión a sinceridad, obediencia a inteligencia.
El ejemplo más sonado de quintacolumnista quizás sea el rijoso gerente que esgrimiendo la eficacia por bandera, sin aclarar lo que entendía por eficacia, se alzó con el santo y seña de la gestión sanitaria. Porque una cosa son los malos modos con los subalternos y otra el rendimiento. Hacerse rogar para recibir a alguien fue su manera de mostrar suficiencia. Lo que hacía durante sus silencio no se llegó a saber aunque cundió el rumor de que se dedicaba a las números. Maneja muchos datos, decían sus adláteres. Hizo cuentas sobre todo para demostrar la mala gestión de los que le precedieron pero no para respaldar la suya que siempre quedó en el limbo de radio macuto.
Rodeado de ese halo de pragmatismo y malhumor se fue haciendo sitio en Híspalis donde defendió decisiones tan discutibles como privatizar la gestión sanitaria empezando por las ambulancias. El gran error en el que hizo caer a los mentecatos de la Junta fue el de plantear la rentabilidad de los servicios públicos. La comunión entre un elemento que nunca disfrazó su conservadurismo y los socialistas identifica polluelos de la misma camada. Ya se sabe que los socialdemócratas de mayores quieren estar en consejos de administración, pero si piden el voto en nombre de la izquierda deberían tener muy claro que la Constitución reconoce el derecho a la salud para todos. El SAS no es una empresa cuyo objetivo sea obtener beneficios, sino un servicio público que protege al bienestar de la población. Se trata de un bien intangible que responde a una matemática más compleja que la que aplican los gestores radicales. Por eso habría que inspeccionar bien las cuentas privadas de los que hacen negocio con las públicas.

CIRANO

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