Los
sólidos flotan dependiendo de su densidad, de ahí que el oro se
hunda en el agua y el corcho no. En política ocurre algo parecido:
el que tiene peso específico naufraga y el liviano progresa. Para
comprobarlo bastaría pasar revista a los emergentes que destacaron
en los gloriosos años de la transición. En el hospital del que se
viene hablando surgió un grupo de rojos que tras entregarse a la
causa con ingenuidad de novicios encallaron mientras que otros menos
comprometidos lograron navegar el Guadalquivir aprovechando mareas
propicias.
La primera cuestión que
habría que dejar claro es que la ideología de izquierdas se
penalizó en la Constitución, en los gobiernos, en las autonomías y
en la sociedad. Da la impresión de que lo único que puede acabar
con la desigualdad son las grandes empresas, la banca y el
liberalismo. Una consecuencia de sentirse castigado en el rincón es
que los progresistas, a veces, tratan de justificarse fichando
independientes, mientras la derecha jamás recurre a personal ajeno
por muy escasa de candidatos que esté. Por eso no es de extrañar
que teniendo en cuenta los pocos afiliados con los que contaban los
pesoistas cuando accedieron al poder hicieran la vista gorda sobre el
historial de nuevos socios, entre otras cosas, para disimular el
dudoso pedigrí de alguna de sus figuras. Se prefirió adhesión a
sinceridad, obediencia a inteligencia.
El ejemplo más sonado
de quintacolumnista quizás sea el rijoso gerente que esgrimiendo la
eficacia por bandera, sin aclarar lo que entendía por eficacia, se
alzó con el santo y seña de la gestión sanitaria. Porque una cosa
son los malos modos con los subalternos y otra el rendimiento.
Hacerse rogar para recibir a alguien fue su manera de mostrar
suficiencia. Lo que hacía durante sus silencio no se llegó a saber
aunque cundió el rumor de que se dedicaba a las números. Maneja
muchos datos, decían sus adláteres. Hizo cuentas sobre todo para
demostrar la mala gestión de los que le precedieron pero no para
respaldar la suya que siempre quedó en el limbo de radio macuto.
Rodeado de ese halo de
pragmatismo y malhumor se fue haciendo sitio en Híspalis donde
defendió decisiones tan discutibles como privatizar la gestión
sanitaria empezando por las ambulancias. El gran error en el que hizo
caer a los mentecatos de la Junta fue el de plantear la rentabilidad
de los servicios públicos. La comunión entre un elemento que nunca
disfrazó su conservadurismo y los socialistas identifica polluelos
de la misma camada. Ya se sabe que los socialdemócratas de mayores
quieren estar en consejos de administración, pero si piden el voto
en nombre de la izquierda deberían tener muy claro que la
Constitución reconoce el derecho a la salud para todos. El SAS no es
una empresa cuyo objetivo sea obtener beneficios, sino un servicio
público que protege al bienestar de la población. Se trata de un
bien intangible que responde a una matemática más compleja que la
que aplican los gestores radicales. Por eso habría que inspeccionar
bien las cuentas privadas de los que hacen negocio con las públicas.
CIRANO
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