AQUELLOS ROJOS





Esta historia se remonta a los años previos a la transición o traslado de muebles y utensilios del pabellón de la dictadura al viejo edificio de la democracia de donde no debieron salir y mucho menos de la forma que lo hicieron. El tránsito, además de ejercicio estético, sirvió de bisagra entre el modelo matón de los vencedores y el representativo de nuevo formato, escenificado como tragicomedia que maldita la gracia que hace. De la fauna del partido único se recordará que muchos mudaron el pelaje como culebras en primavera pero otros ni siquiera se inmutaron manteniendo el estilo patriotero del prietas las filas.
Como se va a hablar de los rojos conviene recordar que ese título procede, a lo que yo sé, del llamado frente popular, posada donde se refugiaron por instinto de supervivencia izquierdas mal avenidas que prefirieron cohabitar, más que nada, para tener a mano al enemigo íntimo con el que desmentir aquello de que la unión hace la fuerza. Pero tras una espeluznante guerra civil el ejército rojo, cautivo y desarmado, se deshizo, sobre todo, por los efectos de la cruenta resaca que se llevó por delante sin miramientos lo mejor de la intelectualidad y de la fuerza del trabajo con las bendiciones de la jerarquía católica que recibía bajo palio a los asesinos en las iglesias.
De aquellos lodos surgió una generación concienciada que fue llegando a los puestos de trabajo en la década de los setenta cuando el régimen fascista estaba deseando salir de la pocilga para airear sus gracias con ornamentos de democracia transmutada en monarquía orgánica tan contenta de haberse conocido. Quien crea que las cortes franquistas se inmolaron por la patria como se ha cacareado no tiene más que revisar las cuentas corrientes de sus señorías, los cargos que siguieron ocupando y los herederos a los que dejaron sus prebendas. La izquierda se comportó con la misma falta de iniciativa que los caprichosos, los inquietos y los destemplados ingeniosos ante el desastre de la Invencible, aceptando que no se puede luchar contra los elementos. Los demócratas entre los que se encontraban los rojos asumieron que tendrían que perder la paz como en su día perdieron la guerra y se dejaron llevar por los listillos que se colocaron al frente del sucedáneo de partidos políticos organizados desde la cúpula y sostenidos por dinero público y el de la corrupción, con lo que se confirmó que todo estaba atado y bien atado. Que los azules que se disfrazaron de rojos sean ahora miembros de consejos de administración de empresas públicas reconvertidas y prediquen el liberalismo no debe extrañar a nadie, como tampoco puede hacerlo ver el negociado borbónico instalado como lobby ataviado de monarquía. Así que si hay alguien que siga creyendo en el valor intrínseco de la democracia que se explique.

CIRANO

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