A la dictadura sucedió un periodo,
conocido como transición, que aunque sirvió para legitimar el golpe
de estado del 36, la sociedad española lo vivió con ánimo
expansivo al reencontrase con la democracia. Los protagonistas del
suceso, así como los beneficiarios del traspaso, utilizan la trampa
de compararse con la nada para sacar la conclusión de que las cosas
se hicieron de la mejor manera posible, pero si se pudieron superar
escollos económicos y digestivos, fue porque se tenía la impresión
de que todos remábamos en el mismo sentido. Saber que no fue del
todo así no quita la ilusión de entonces, pero sirve para comparar
aquel ambiente de esperanza con el depresivo que adormece la mente de
muchas personas de mi entorno intelectual a las que esperaba más
combativas.
Los asuntos públicos son así: cuando
el viento sopla a favor la mayoría se deja llevar por la corriente y
si lo hace en contra se achantan en espera de que otros saquen las
castañas del fuego sin entender que las castañas son ellos y el
fuego el capitalismo salvaje de los mercados. A mi me trae sin
cuidado lo que vaya a decir la historia de este periodo; no me
interesan las cifras macroeconómicas ni los índices de prosperidad
que publican las revistas de economía de la misma manera que a los
pacientes no les importan las tablas de datos de las revistas
médicas. Considerando el ambiente enrarecido que se respira se da
uno cuenta de que la sociedad no está contenta ni siquiera con el
comienzo de la liga y que con discursos numéricos las condiciones de
vida no mejoran.
La solvencia de un país se mide por
su capacidad para sobreponerse al aburrimiento de la decadencia y
aportar ideas con las que combatir crisis largas y ciclos negativos.
Para salir del hoyo donde nos ha metido el robo y el despilfarro se
necesita voluntad colectiva que es lo contrario de lo que inspira la
derecha que gobierna Europa. Durante el llamado estado del bienestar
resultó fácil dedicar recursos a proyectos absurdos sin utilidad
pública pero con beneficio privado. Aplicar liberalismo para que
cada uno se las arregle como pueda cuando se ha diezmado a la clase
media y se han marcado diferencias significativas entre ricos y
pobres es deshonesto.
Desde los
primeros momentos de la transición los dos partidos dominantes se
vieron implicados en pelotazos económicos de los que discuten en el
Parlamento con el falso debate de tú más, sin aclarar si acusan o
alardean. El caos actual es mérito de los gobiernos que hemos
tenido. Que no vengan a decir que las propuestas ciudadanas nacidas
del descontento nos llevan al desastre porque ese privilegio lo
comparten ex aequo PSOE y PP. Como dice Juan Patrás en su comentario
a la última entrada de El Garrotín, “cuando es la derecha quien
aplica políticas radicales como la de la austeridad nadie habla de
extremismo, pero si se defiende lo público se levantan las hordas
cerriles clamando por la libertad”. Repitiendo la cita que hace de
Valle-Inclán: “El Periquito Gacetillero abre los días con el
anuncio de que viene la Niña”, se puede aceptar que la
recuperación del tiempo perdido es ilusión de poetas pero que la
democracia no se regenera sin conjurar las ilusiones de todos. ¡Y la
Niña, todas las noches quedándose a dormir por las afueras!…
CIRANO

Sabias palabras. Esta sociedad a la que pertenecemos esta cansada. Tantos años siendo combatida por los intereses, no ya de las clases dominantes, sino de un capitalismo feroz y despiadado, ha terminado por percibir que la única razón posible es y sera siempre la dominación de todas las castas. Al fin es lo único que han conocido.
ResponderEliminarComo siempre acertada y magnifica reflexión. Pero discrepo en la revsión tuya sobre la trancisión y en la forma que sucedió ya sabes que el paso del tiempo hasta las montañas las cambia de color ese analísis en los años 75 - 80 estoy seguro que tendría otro color.
ResponderEliminarEn lo demas ni un pero, bueno si despues de tu diagnostico de la enfermedad liberal - capitalista echo en falta el antídoto. puess yo a mi edad temo que se me escapa. Un abrazo Cirano. CAMAÑO.