Cuando se descuelgan campanas para hacer cañones es señal de
revolución. Fundirlas y rearmarlas es liturgia que se ha repetido, con
variaciones estéticas particulares, muchas veces a lo largo de la historia. El proceso
mantiene siempre el mismo guión: primero se desmontan los símbolos, luego se
destruyen y con su misma sustancia se edifica la nueva realidad. Da igual el
número de personas que intervengan, la revolución no depende de si las masas la
empujan o no, sino de la profundidad de las transformaciones. Se desmanteló el
muro de Berlín, se hicieron souvenir con sus adoquines y se inició la
globalización que quiere ser el desquite de la élite (que, como madre, no hay
más que una) por los agravios sufridos desde la revolución francesa. La
implantación del pensamiento único, manía ancestral de los débiles a los que
asusta la libertad, ha sido una de las maldiciones contra la que ha tenido que
luchar la humanidad para progresar. La tendencia al totalitarismo, además de un
delirio, es el resultado de la incapacidad de rentabilizar la riqueza de la
diversidad. Casi todos los absolutismos se han impuesto de forma violenta
aunque no faltan ejemplos de penetración sibilina amparada en coacciones
económicas o religiosas. Los aprendices del PP empeñados en rescatar la España “devota
de Frascuelo y de María”, están borrando las leyendas que presidían los
frontispicios de los edificios públicos de las escuelas y de los hospitales para
fabricar luminosos que indican el cambio de propietario. Funden las leyes
igualitarias para, con sus restos, publicar decretos que apuntalan el poder de
unos cuantos. Pero se sabe que los terremotos que destruyen ciudades en
cuestión de segundos, tardan meses e incluso años en incubarse. El volcán que
arrasa todo lo que se le pone por delante se cuece lentamente en la profundidad
de la tierra sin dar señales hasta que desborda. Se conoce por qué madura la
fruta y por qué estallan las revoluciones: ambas necesitan calor. El
capitalismo salvaje llevaba casi un siglo contenido por el fantasma del
comunismo que un día recorrió Europa y que se asentó, contra pronóstico, en la
Unión Soviética, dejando, como pista falsa, el estado del bienestar. Ahora ha
desatado sus furias y lo quiere todo sin darse cuenta que con su codicia ventea
el calentamiento del magma social que, tarde o temprano, acabará explotando. A
la espera se está de “la España de la rabia y de la idea”.
CIRANO

Joder, cuando más historia va generando un pueblo más signos de dominación van quedando incrustado en la piedra de nuestra jodida vida, eso si colectiva.
ResponderEliminarPorque ese empeño en la dominación de los pueblos?, cuanto más miserables seamos menos nos podrán sacar, tanto de recursos como de ideas. Ya por desgracia PARECE que la lucha de clases acabó con la victoria de los de siempre. Ahora quieren continuar comiendo el hígado de nuestro querido Prometeo, con burdas imágenes de viejos ídolos con bigote ralo y boca consumida de tanto mamar la sangre de su pueblo. POrca Misería
Plas, plas, plas,..... Magnífico, Cirano. Lo qu no me gusta es que hables sólo.
ResponderEliminarCirano, gracias por tu claridad, lo has clavado en medio folio. ¡A por ellos que son pocos y cobardes!
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