EL GATO








            Al final la crisis terminó como nadie esperaba: con el triunfo de un golpe de estado materializado por militares cerriles azuzados desde la fundación FAES y amparados por gerifaltes que hozaban en el cieno de la corrupción que cercaba al partido en el poder. Unos y otros pensaron que podrían reeditar la historia como si se tratara de un libro agotado descubierto por un aficionado en los anaqueles perdidos de una biblioteca de provincias. Se demostró, una vez más, lo que predice la segunda ley de la termodinámica al constatar que la entropía puede deshacer en minutos lo que la tolerancia ha levantado en décadas. El país se hundió en la estrechez del mesianismo devoto que permitía a los dirigentes robar con la única condición de que no hubiera escándalo. Salir de la zona euro no fue lo peor porque con pesetas se hacen negocios fraudulentos más sustanciosos que sometidos a la rigidez de los protestantes europeos. El pueblo empobreció con la dignidad de siempre, el que pudo emigrar se fue a buscar fortuna en otras tierras mientras que los que se quedaron se acogieron al racionamiento con la disciplina del pobre. Ni libertad de prensa, ni reuniones libres, ni manifestaciones, ni partidos, ni nada que tuviera que ver con la odiosa palabra democracia. Se cambió el nombre a las calles que se tenían que cambiar, se rescataron estatuas y símbolos sin tener que dar explicaciones a nadie ni consultar parlamentos o asambleas. Aunque parezca que todo eso sucedió a lo largo de un lustro, la propaganda se encargó de recordar que en menos de un año se había vuelto a la normalidad histórica que le correspondía a España.
            Una noche, un escalador especializado en fachadas, ataviado con un mono negro de licra que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, agarrado a los perfiles de un edificio puntero dela Gran Vía donde vivía el Capitán General de la plaza, se encaramó hasta el octavo piso y forzando con facilidad una ventana se coló en la alcoba donde descansaba el prócer junto a su esposa. Antes de despertarlos sacó de la sobaquera una pistola automática con silenciador, metió el cañón por la boca del general y encendió la luz. Con rapidez felina le colocó unas esposas en las muñecas, le metió un pañuelo en la boca que ató con una cinta al cuello, le hizo levantarse, lo dejó en pelota y lo ató con otras esposas por los tobillos al calzador que había al pie de la cama. A continuación se dirigió a la generala que se había tapado con la colcha creyendo ver visiones. Haciéndole indicaciones con las pistola le ordenó que se destapara. Se podía decir que para sus años resultaba de una esbeltez despampanante, apuesta, de carnes trabajadas en el gimnasio, la melena rubia desordenada recordaba una madona de postal. Nada que ver con la papada y la barriga de su marido que sudaba inquieto ante lo que veían sus ojos. El visitante colocó la pistola en la almohada, se despojó del mono sacando a relucir un cuerpo elástico, levantó la parte de la boca de la máscara de látex con la que suplantaba el rostro y con modales delicados desnudó a la señora del atrevido salto de cama que la cubría. Le hizo abrir las piernas en compás y acercando la cara a la entrepierna empezó a dar aliento cálido sobre la maraña lanosa que despertaba a corrientes desconocidas. Como si tuviera todo el tiempo del mundo se detuvo sus buenos veinte minutos en acariciar con los labios los pormenores de otros labios cada vez menos aturdidos. Cuando notó que la humedad que rebosaba del sexo provenía más del interior que de la saliva con la que lo había engrasado al principio, se colocó sobre ella y la penetró con mimo. Hasta ese momento nadie había dicho una palabra. La escena se desarrollaba como si se tratara de un sacrificio realizado en el más recatado de los templos. Una vez acoplados, el felino rozó con la lengua el oído de la mujer y le dijo: ya se que no puedes gritar, aunque tampoco te quejas, así que cuando te sientas a gusto me pellizcas las espalda… ¡no tan fuerte! ¡no tan fuerte! Al visitante, que era un mediano copulador, no le costó trabajo hacer que la generala se corriera media docena de veces en lastimoso silencio mientras escuchaba murmullos de obscenidades que creía que solo se le habían ocurrido a ella en sus momentos de soledad. Seguro que como militar macho, el general nunca te la habrá metido por el culo, le dijo una voz que creía le salía de si misma, como eso hay que hacerlo con calma, vamos al cuarto de baño para que te ponga crema y hagamos las cosas como se deben. Dejando la pistola en la cama y al general babeando en la butaca, pasaron a un espacioso servicio donde la señora tras recitar con soltura ¡qué vergüenza! ¡qué vergüenza! se dejó untar colaborando para que el dedo dilatara y el pene dejara la semilla donde no había peligro de que fructificara. Al volver al dormitorio le dio palabra de honor al general de que por su parte, aquella visita, quedaba en el ámbito de la más estricta intimidad, por lo que estaba seguro que la fuerza viva tampoco estaría interesada en darle publicidad. Volvió al cuarto de baño a despedirse de la señora y se largó por donde había venido.
            Un coronel de estado mayor, el almirante de la armada, el subdirector militar y el jefe de la intendencia militar recibieron la misma visita con idénticos resultados sin que ninguna ligereza levantara la más mínima sospecha de que algo estaba pasando en los fondos más primarios del ejercito nacional. El alpinista actuaba por patriotismo; dado que no existía posibilidad de oposición en la superficie intentaba  socavar los cimientos de la autoridad competente por donde más duele. Los maridos sufrían el silencio de su ignominia sin decir ni pío, contentándose con no estrangular a sus mujeres cada noche cuando entraban en el arca sagrada del sacramento. Pasadas las navidades en las que el escalador dio una tregua a sus ejercicios, superada la Pascua Militar donde en la recepción en Capitanía las caras adustas de las charreteras se atribuían a responsabilidad y no a la bilis, el artista volvió a escena visitando, esta vez, a una coronela joven, esposa legal de un presumido y brillante militar que acababa de ser nombrado para el cuarto del Rey. La pareja vivía en un chalet y tenía dos hijos pequeños, así que las facilidades para acceder se convertían en preocupación por la amenaza de los niños, acomodados en una habitación pareja al dormitorio principal. Al perro lo durmió con un dardo anestésico y a los críos con un espray de cloroformo. Sin necesidad de repetir lo que ya se ha contado, el par de horas que demoró con la coronela le supieron a gloria porque la hembra parecía una perita en dulce por lo chaparra, lo apretada de cintura, lo generosa de pecho y lo manejable que resultó con sus grititos entrecortados a pesar de lo cerca que tenía al marido. Estaban en los últimos pormenores antes de pasar al cuarto de baño cuando la presumida le susurró al oído: no se te olvide lo del culo. El patriota se puso tenso y aunque no se le olvidó lo que la coronela pedía, entendió que esa sería su última hazaña sediciosa porque durante la recepción en Capitanía había empezado a rodar la bola que acabaría con la detención, sin dar explicaciones, de todos los miembros de los clubes de montañeros, alpinistas, escaladores y monitores de artes marciales del país. Purga que se extendió a varias mujeres de militares gloriosos que dejaron de ser vistas en sociedad. Pero lo más penoso es que esa indiscreción frustró el único plan que podía derrocar al régimen militar.
CIRANO

2 comentarios:

  1. Inevitablemente hemos vivido esa época y pienso personalmente que ya no se volverá a repetir, los militarotes ya no funcionan así, aprendieron bastante y ahora roban o usan el poder de las armas de otras formas, aún burdas pero con mayor disimulo
    Y existe otro factor, la mujer ahora es distinta seguro que en estos momentos las guapas se van no con lo militares sino con los triunfadores sociales, lo deportistas.

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  2. El Gato recordaba a Calderón, cuando le hacían recitar aquello de:
    ¿Qué es la vida? Un frenesí.
 ¿Qué es la vida? Una ilusión,
    
una sombra, una ficción,
 y el mayor bien es pequeño;
    
que toda la vida es sueño,
 y los sueños, sueños son.

    Nos podrán quitar los sueños pero no las ganas de soñar.
    Nos podrán quitar la sanidad pero no perderemos la esperanza.
    Nos podrán quitar las escuelas pero aprenderemos de la vida.
    Nos podrán quitar el trabajo pero no la capacidad de pensar.
    El Gato no sabe si tiene futuro pero la imaginación si lo tiene.

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