NACIMIENTO MUNDIAL DE SANTIAGO INDIVIDUO.PAPELES LITERARIOS

LOS PAPELES DE SANTIAGO INDIVIDUO



Santiago Individuo, aunque le costara trabajo aceptarlo, era una persona corriente. Podía tener destellos de lucidez, pero lo que enturbiaba su inteligencia, como el café oscurece la leche, eran sus pretensiones. Soñaba con cosas que no debía con la ingenuidad de los que creen que llegarán a ser héroes o futbolistas. Vivía a la espera de que todo cambiara de repente, sin darse cuenta de que los sucesos extraordinarios es raro que coincidan con las aspiraciones personales. Todo lo que termina convirtiéndose en noticia es probable que traiga desgracias mucho antes que venturas. Nunca se han dado terremotos que levanten edificios ni guerras en las que los combatientes se dediquen a sembrar trigo. El mundo está hecho de esa forma, pero él permanecía al acecho de un acontecimiento insólito que le acarreara la gloria. De lo corriente bien sabía que no podía esperar nada, ya que era consciente de que su capacidad había superado los límites como el mar desborda las orillas.
A Santiago Individuo le gustaba opinar de todo, de lo divino y de lo humano. En sus acaloradas discusiones esgrimía una dialéctica atrevida, aunque no siempre acertada. Era un personaje controvertido, aficionado a pensar, a elucubrar y a imaginar. Con la misma naturalidad que otros pasaban el rato en la tertulia o ante la pantalla, él se entretenía (¡qué gran palabra!, tenerse a sí mismo, entremezclarse con uno mismo) con su pensamiento. De ahí le venía su timidez, de tanto conocerse.
Estos Papeles me los dejó hace tiempo, cuando nuestra amistad era todavía estrecha, para que les echara un vistazo. Gesto insólito con el que me reconocía una cierta autoridad en materia literaria, pero que al mismo tiempo descubría su mucha ingenuidad. Nunca he conocido escritor tan desacertado a la hora de elegir lectores de referencia. Como a casi todos a los que confió sus primicias yo tampoco le contesté, y no por falta de opinión sobre lo que tan confiadamente me había dejado, sino por pereza a aceptar un cierto valor, por esa inercia a reconocer que aquello estaba bien escrito; demasiado para ser un principiante y para ser un amigo. Me gustaría haber podido alabarlo, pero no lo hice por dejadez. Mañana lo llamo para darle las gracias por su confianza y trasladarle mi valoración positiva. Mañana… han pasado tantos años que me he decidido a publicarlos a mi costa, sin contar si quiera con su aprobación.
Lo hago a sabiendas de que infrinjo leyes que regulan la intimidad personal y la propiedad intelectual, pero convencido de que en el fondo me lo va a agradecer. Yo que conozco la contumacia de los editores, que he leído, incluso, un libro con obras maestras rechazadas una y otra vez por consejos de redacción, sé lo que se puede agradecer la labor desinteresada de un mecenas, por humilde que sea. Como me consta que Santiago Individuo no tenía pretensiones literarias cuando me dejó sus Papeles, le voy a compensar mi silencio con un acto arriesgado que me puede acarrear problemas personales, dado el carácter impulsivo de mi antiguo amigo.
Desde esta posición ventajosa tan inmerecida en la que me coloco por pura vanidad, debería empezar, quizás, aclarando algo de su vida, su edad, su cuna, sus padres, sus estudios –si los tuvo- sus ideas y su trayectoria, como suelen hacer esos prologuistas que, además de cansar con interpretaciones ociosas, adelantan lo más interesante del argumento. Nada de eso pienso hacer por respeto a los lectores, a los que les supongo capacidad para entender lo que ellos quieran entender de lo que les dice el autor. Por otra parte, su biografía no merece gastar tinta que, como ya he dicho, corre de mi cuenta.
Como autor del título que soy, les debo una explicación y esa explicación se la voy a dar. Ya he comentado que el manuscrito me fue confiado por Santiago Individuo en prueba de una lealtad no correspondida. Un día vino a mi casa para hablar de esto y de aquello, para aportar ideas con las que arreglar el mundo tan necesitado de nuestras iniciativas, algo que solíamos hacer en aquel tiempo casi a diario, convencidos de que de eso dependía el futuro. Cuando se iba, sacó un paquete que hasta entones tenía escondido, lo abandonó con cierta desgana encima de la mesa y sin mirarme a la cara, me dijo: “ahí te dejo esos papeles para que le eches un vistazo”. Al abrirlo, vi que contenía un conjunto heterogéneo de escritos en donde se mezclaban pensamientos, a veces rebuscados o inoportunos (pero todos dentro de un tono de simpleza pretenciosa) con cuentos extraños y reflexiones impertinentes que lo delataban como los churretes descubren la glotonería de los niños. No es, por tanto, ningún alarde de originalidad por mi parte mantener el nombre con el que el autor me los dejó. Lo único que puedo añadir es que, dado el carácter de mi amigo, mi ocurrencia quizás tenga algo de oportuna, ya que, detrás de la mera interpretación literal del significado físico de papeles, se puede hacer otra lectura en sentido figurado que haga referencia a las facetas o vertientes de la compleja personalidad de un nada fácil Santiago Individuo.







                                                   EL SONIDO DE LA SERPIENTE


                                                                             I


                                                                              

Le preocupaba a Santiago Individuo el concepto de inopia. Extrapolaba este término de las amonestaciones que recibía en el colegio por distraerse soñando durante las clases, a la incapacidad que tienen algunas personas adultas de valorar objetivamente sus cualidades, hasta atreverse a invadir actividades que no dominan. Lo había comprobado en sí mismo cuando se planteaba la opción de publicar sus escritos. Una cosa era ser escritor clandestino y otra traspasar el límite de lo privado. Querer darse a conocer como hombre de letras, teniendo en cuenta su inmadurez, era como desnudarse en público. Al saber distinguir, como lector contumaz que era, lo bueno de lo malo, le extrañaba que algunos aficionados se ufanaran de enseñar sus obras con orgullo, cuando lo sensato sería esconderlas o destruirlas; pero aquellos ingenuos pensaban que iban a levantar pasiones. No era el ridículo lo que temía, era sentirse ocupando un espacio que no era el suyo, era estar en la inopia. ¡Quién le manda creerse literato!
“Sobre la mesa de sacrificio donde fue posible la sublimación, donde labios ávidos de silencio tomaron la escarcha y el salitre, reclamo suspiros que se pierden en la tierra como gotas de lluvia, Sobre esa mesa, donde la transfiguración de pez en ave, de áspid en rosa, de palabra en misterio fue posible, se escriben los versos tardíos donde toda banalidad alcanza su sentido. Piedras de cristal ahondando en el tiempo con vocación de eternidad. Por poco menos de eso el hombre perdió la inocencia”. Estas eran las cosas que le gustaba escribir a Santiago Individuo, ¡y así le iba!


                                                                          II



“Se vuelven a escuchar promesas que auguran mejoras a largo plazo, es el rumor de hojas que acompaña la retirada de la serpiente a su descanso invernal. Conviene no perder la perspectiva esperando a que se solucionen los problemas, porque la vida es irreversible y el tiempo no mira hacia atrás en busca de consuelo. Se necesita compromiso para seguir trabajando mientras se pregunta uno el porqué de este interés por vivir una mala vida. Cuando te empujan al mundo dejan impreso en la memoria un deseo, una necesidad que ayuda a superar las penurias y las contrariedades, pero hay que sufrir lo suyo para terminar convertido en piedra en el mejor de los casos. Ese instinto no es el de la felicidad propia, el engaño consiste en que hay algo que dice que el mundo camina hacia un estado en donde el bienestar será posible”.

La filosofía de Santiago Individuo se basaba en el sentido común, no le gustaban los actos de fe ni las modas. Para creer en la existencia de Dios le faltaban garantías. Dado que la fe es un acto de confianza, no encontraba en los creyentes que la defienden, valores intelectuales con los que avalar su propuesta. Por eso aceptaba ser materia y poco más, sin otras pretensiones que las de apurar con satisfacción, pero sin codicia, los sabores que le brindaba la vida. ¿Por qué ese empeño de todas las religiones en prohibir las relaciones sexuales? El sexto no fornicar ¿por qué? ¿Qué interés puede tener el dios, en cuyo nombre dicen predicar, en mantener a la gente en la abstinencia? ¿Qué más le da a él que se fornique o que se deje de fornicar? Bien está que se aconseje no matar, no robar, no mentir, pero ¿qué ventajas le reporta a la comunidad tener a sus miembros reprimidos? El quinto no matar, de acuerdo, pero el sexto sí fornicar, esa era la pequeña enmienda que Santiago Individuo introduciría en los mandamientos.



                                                                           III

Cuando lleguen ángeles alados anunciando la buena nueva ya no quedarán religiones que defiendan los ideales, porque nunca ninguna religión ha defendido ningún ideal, sino que han gestionado con mejor o peor fortuna la economía del miedo. Pero cuando el hambre no es el motor de la vida se necesita menos ayuda espiritual para soportar la miseria y los fieles se vuelven escépticos, como los predicadores que los incitan al sacrificio. Si Santiago Individuo tenía una virtud esta era la falta de ambición, pero si hubiera que destacar uno entre sus muchos defectos, este sería también la falta de ambición. Una interpretación positiva de esta cualidad-defecto, le hacía no entrar en disputas absurdas, no interesarse por los afanes que inquietaban a los demás. Solía conformarse con lo que tenía, convencido de que era un privilegiado, ya que el horizonte de sus comparaciones lo buscaba en los que estaban detrás de él, mucho antes de envidiar a los que lo aventajaban. En el aspecto negativo, su defecto-cualidad, le hacía desistir de intervenir en cualquier actividad de superación. Pero esto no lo hacía ni por humildad ni por desidia, sino por soberbia. Creía que no debía hacer ningún esfuerzo para tratar de convencer a los demás de sus méritos. Entendía que su ropaje intelectual era tan vistoso que debería ser valorado sin necesidad de llamar la atención con técnicas publicitarias. Allí estaba él, quién quisiera que lo aceptara y el que no, que lo olvidara. No sabía gastar energías en promocionarse; ni en otras cosas prácticas.



1 comentario:

  1. No caeré en la tentación de enjuiciar a Santiago Individuo por su acercamiento y aproximación mística, y menos por sus deseos de corregir lo feo y absurdo de los Testamentos, pero me produce cierta incertidumbre el desarrollo futuro de su cuerpo ideológico. Esta escritura tan próxima a literatos sublimadores de lo divino y que no tienen superados algunas esquirlas educacional prontofranquistas, despierta incertidumbre que solo el futuro nos aclarará.

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