El convencimiento ideológico se comporta con frecuencia de una forma intransigente y en las más de las veces intratable e innegociable. Quizás sea una boutade llamar convencimiento ideológico, a lo que se siente comúnmente sobre nuestras opiniones políticas en el hecho más relevante ocurrido en los tiempos más próximos.
Cuando una fratría se reúne en el calor del hogar, alrededor de un aparato de imágenes de televisión para ver las noticias, y existe suficiente confianza como para expresarse con absoluta libertad y no existen actitudes dominantes, a veces se escucha aplicar un adjetivo calificativo despectivo sobre algún responsable político. Responsable político que se sabe, es de la cuerda de uno de los miembros de la fratría, y que sus opiniones o actitudes están confrontadas con las propias del hacedor del apelativo despectivo.
Esto que con frecuencia es un hecho pasajero, se convierte con asiduidad en la única forma de tratar determinadas opiniones políticas, cayendo en el insulto y en la descalificación como única forma de tratar las opiniones políticas.
Cuando comenzó con tibieza la democracia, se pensó que debido a la ausencia de conocimiento sobre los temas que tratan los políticos, las manifestaciones de los ciudadanos eran bastantes simples y poco elaboradas. Pero sabido que, sorpresivamente, los ciudadanos dieron una impresionante lección de comportamiento cívico, como si la madurez política viniera de antaño y fuera consustancial al español. Ante semejante sorpresa, parece que los sesudos políticos se encargaron de desmotivar el comportamiento ejemplar de la ciudadanía, introduciendo permanentemente, uno: la ignorancia como elemento habitual para hacer carrera en la vida, y dos, colocar el insulto, el desprecio y la descalificación como los argumentos más interesantes para conseguir crédito político.
Sobre estos pilares se ha asentado el comportamiento habitual de los referentes de la ciudadanía de nuestro país. Y en la actualidad, cuando suena las cornetas convocando para legitimar mediante las urnas la composición de los órganos legislativos y consultivos, saltan a la palestra personajes que usan un lenguaje vulgar, safio y desnaturalizados, para contarnos un sin proyecto sobre lo que tenemos que esperar para los próximos cuatro años, y encima debemos dar nuestra aprobación o descalificación.
Ante la tibieza de los socialdemócratas, que usan un lenguaje de promesas que en pocas veces se concreta, y que las más de las veces ya ha sido usado como promesa de otras campañas, y sin que consigan lograr el deseado entusiasmo que nuestros compatriotas quieren; confiando solo el resultado electoral al sentido común que muchos usamos, ante la pobreza del panorama político de nuestro país. Hemos hipotecado no solamente nuestra economía, con el desaforado apetito del capitalismo, sino el desarrollo del conocimiento y el respeto tanto para los responsables de nuestros destinos, como para los que lícitamente y de forma respetuosa usan las tribunas para manifestar su forma distinta de ver los problemas que nos acucian.
La falta de madurez política de los conservadores, que mantienen siempre los lazos azogados, y que quizás por costumbres quieren el poder de forma violenta y lo más desmembrado posible, continúan permanentemente sembrando el odio y la visceralidad en la ciudadanía, que ante la falta de iniciativa próxima, se dejan llevar las más de las veces por esa actitud. Y claro, de esas lluvias vienen estos lodos, y de forma tan intensa que llega al salón de nuestras casas y crean esas incomodas actitudes familiares, llegando a aparecer esa voz autoritaria del patriarca prohibiendo hablar de política. Pero ahora, y después de cuarenta años sin poder hablar, ¿aún no podemos hablar de lo que pensamos, aunque tengamos el derecho de estar equivocados? Pues yo sí, quiero hablar y enseñar que es lo que pienso, quiero manifestar mi manera peculiar de ver las cosas, de llamarle al pan pan y al vino vino, y si es posible suscitar en mi familia el diálogo y la controversia, para que mis hijos sepan que su padre pensaba y luchó por conseguir la libertad, no solo para él, sino para todos los ciudadanos que compartieron esos años de vida.
Cuando una fratría se reúne en el calor del hogar, alrededor de un aparato de imágenes de televisión para ver las noticias, y existe suficiente confianza como para expresarse con absoluta libertad y no existen actitudes dominantes, a veces se escucha aplicar un adjetivo calificativo despectivo sobre algún responsable político. Responsable político que se sabe, es de la cuerda de uno de los miembros de la fratría, y que sus opiniones o actitudes están confrontadas con las propias del hacedor del apelativo despectivo.
Esto que con frecuencia es un hecho pasajero, se convierte con asiduidad en la única forma de tratar determinadas opiniones políticas, cayendo en el insulto y en la descalificación como única forma de tratar las opiniones políticas.
Cuando comenzó con tibieza la democracia, se pensó que debido a la ausencia de conocimiento sobre los temas que tratan los políticos, las manifestaciones de los ciudadanos eran bastantes simples y poco elaboradas. Pero sabido que, sorpresivamente, los ciudadanos dieron una impresionante lección de comportamiento cívico, como si la madurez política viniera de antaño y fuera consustancial al español. Ante semejante sorpresa, parece que los sesudos políticos se encargaron de desmotivar el comportamiento ejemplar de la ciudadanía, introduciendo permanentemente, uno: la ignorancia como elemento habitual para hacer carrera en la vida, y dos, colocar el insulto, el desprecio y la descalificación como los argumentos más interesantes para conseguir crédito político.
Sobre estos pilares se ha asentado el comportamiento habitual de los referentes de la ciudadanía de nuestro país. Y en la actualidad, cuando suena las cornetas convocando para legitimar mediante las urnas la composición de los órganos legislativos y consultivos, saltan a la palestra personajes que usan un lenguaje vulgar, safio y desnaturalizados, para contarnos un sin proyecto sobre lo que tenemos que esperar para los próximos cuatro años, y encima debemos dar nuestra aprobación o descalificación.
Ante la tibieza de los socialdemócratas, que usan un lenguaje de promesas que en pocas veces se concreta, y que las más de las veces ya ha sido usado como promesa de otras campañas, y sin que consigan lograr el deseado entusiasmo que nuestros compatriotas quieren; confiando solo el resultado electoral al sentido común que muchos usamos, ante la pobreza del panorama político de nuestro país. Hemos hipotecado no solamente nuestra economía, con el desaforado apetito del capitalismo, sino el desarrollo del conocimiento y el respeto tanto para los responsables de nuestros destinos, como para los que lícitamente y de forma respetuosa usan las tribunas para manifestar su forma distinta de ver los problemas que nos acucian.
La falta de madurez política de los conservadores, que mantienen siempre los lazos azogados, y que quizás por costumbres quieren el poder de forma violenta y lo más desmembrado posible, continúan permanentemente sembrando el odio y la visceralidad en la ciudadanía, que ante la falta de iniciativa próxima, se dejan llevar las más de las veces por esa actitud. Y claro, de esas lluvias vienen estos lodos, y de forma tan intensa que llega al salón de nuestras casas y crean esas incomodas actitudes familiares, llegando a aparecer esa voz autoritaria del patriarca prohibiendo hablar de política. Pero ahora, y después de cuarenta años sin poder hablar, ¿aún no podemos hablar de lo que pensamos, aunque tengamos el derecho de estar equivocados? Pues yo sí, quiero hablar y enseñar que es lo que pienso, quiero manifestar mi manera peculiar de ver las cosas, de llamarle al pan pan y al vino vino, y si es posible suscitar en mi familia el diálogo y la controversia, para que mis hijos sepan que su padre pensaba y luchó por conseguir la libertad, no solo para él, sino para todos los ciudadanos que compartieron esos años de vida.
Bravo redactor, siento el mismo sentimiento que tu. Solo espero que tenga suficiente difusion para aquellos pocos que la lean desarrollen la misma sensación que los que sufrimos por sus carencias
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