El veinte de
noviembre y después de algunas incidencias de orden menor, y siendo las ocho de
la tarde- noche soltamos amarras del puerto de Benalmádena donde habíamos
atracado el Ítaca. No habíamos dicho hacia que rumbo partíamos , pero se suponía que
nos dirigíamos a las Canarias. Navegamos toda la noche con ayuda de motor y
decidimos parar en Gibraltar para conseguir cartas de navegación,
algo que no habíamos conseguido y nos parecía necesario. Debían ser las ocho de
la mañana cuando entramos en el puerto y en tres horas conseguimos todo lo que necesitamos,
incluido una pequeña china de maría para fumarla en caso de crisis de pánico
Después de
almorzar soltamos amarras y zarpamos con dirección a las Islas Canarias. Poco a
poco veíamos como se alejaba la península y nosotros esquivábamos el tráfico
marítimo del estrecho con dirección sur oeste. Muy poco viento y con
ayuda de motor tardamos siete días en acercarnos a la isla de la Palma,
quizás aburridos por el machacón ruido del motor que teníamos que usar con
insistencia para cargar baterías y desplazarnos al menos cinco nudos de maniobras. Cuando
nos acercamos al puerto había buen ambiente de barcos de velas, unos entraban a motor y
otros salían a velas y eran de todo tipo y características. Me llamó la atención un
pequeño velero aparejado en vela latina de no más de siete metros y con la obra
viva en tingladillo, un solo tripulante sentado bajo la vela y manejando con
cautela la enorme vela latina. Atracamos y repusimos gas oíl para tener la libertad de zarpar cuando
quisiéramos, también me encargué de comprar alimentos frescos para el viaje,
aunque con poco entusiasmo por parte de mis compañeros de viaje. Llevábamos
cincuenta kilos de carne adobada y conservada en manteca, más varios sacos de
comida liofilizada y cocinada. La sentina la llenamos de botellas de agua y
leche para que una vez estivada sirviera para ayudar a mantener la escora y la estabilidad
del barco. Comprobamos que todo funcionaba bien, y cada noche hablábamos con la
familia para contarnos novedades, tanto de ellos como de nosotros.
Los cuatro
pasábamos el tiempo juntos y llegamos a tener una gran confianza, quizás había
en común algunos pesares que se insinuaban en las charlas y más cuando iba
acompañada de buenas dosis de alcohol. Hacia un magnifico tiempo y pocas ganas
de lanzarnos al elevado riesgo de cruzar el Atlántico, cuando fuimos consciente
de ello. Edu no pudo aguantar y le envió un billete de avión a su chica. Le
notamos dudoso e inquieto, pero después de una larga y tierna noche nos
comunicó que continuaba nuestra aventura.
Una mañana
andábamos en los quehaceres del barco y apareció una chica que dijo ser
periodista de prensa local. Nos hizo una entrevista que tituló “Cuatro
malagueños en busca de su identidad perdida” el siguiente día apareció en la
última página del periódico, acompañado de una aceptable foto de los cuatro.
Eso supuso nuevas visitas y algo de broma y pitorreo en los vecinos, en
especial los franceses que conocimos en Málaga y que ya habían llegado al
puerto. Para celebrarlo descorchamos un par de botellas de buen vino, uno
francés y otro de la Rioja, la fiesta se prolongó gran parte de la noche y dudé
mucho que la estabilidad de mis compañeros fuera la necesaria para compartir el
riesgo de una navegación de altura atravesando el Atlántico. Observé con
detenimiento los comportamientos de los navegantes y había muchos elementos
comunes, quizás el alcohol iguala las desinhibiciones y parece que da algo de
mayor valor mental y físico. Pero tengo la sensación de que los amantes de la
mar son de una casta diferente, y atesoraban una dilatada experiencia al menos
con los que compartíamos aventura. Yo por mi parte no tenía tanta experiencia y
solo atesoraba sentido común, algo más de valor y equilibrio como los dos grandes
y poderosos hombretones, Edu y Salvador, cuyo mayor valor se podría considerar
su fortaleza física y su determinación. Así quedaba formada desde hacía años la
tripulación, dos torres poderosas de fortaleza física, necesaria para los
trabajos más arriesgados y de esfuerzo, el capitán de yate Carlos capaz de
reconstruir cualquier aparato o elemento con determinación y eficacia, enorme
capacidad intelectual y con un punto de locura, porque a quién si no se le
ocurre organizar este tinglado en estos momentos y circunstancias.
INDALESIO Febrero 23
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