Veinte de noviembre, un leve
empujón nos separó del muelle de levante del puerto de Benalmádena, era las
nueve de la tarde y estábamos hasta las narices de demorar la salida del viaje
que llevamos preparando desde los últimos cinco años. Habíamos comenzado el
proyecto con el diseño de un barco estable, manguo y equipado con dos palos
para largos viajes. Un ingeniero Naval de San Fernando de Cádiz nos adaptó el
casco y elementos náuticos que nos parecía adecuado para nuestro viaje,
diseñado y fabricado con acero naval. Realizamos el primer viaje en un tráiler
de veinte metros y atravesando varios pueblos camino de nuestro puerto de
origen. Cuatro amigos habíamos financiado el proyecto y nos enrolamos como
marinos en la guía náutica del ITACA como se llamaba el barco. Cuando
abandonamos el muelle de levante no teníamos ni puñetera idea del rumbo que
íbamos a tomar solo queríamos comenzar el viaje y hacer millas. Aunque en
verdad todos sabíamos que íbamos a poner rumbo a barlovento, y medio en broma y
risas decidimos dirigirnos a Gibraltar. Celebramos nuestra partida dando cuenta
de una botella de ron y le dimos un punto muy divertido a nuestra partida, y
más cuando dejamos disolver un cartoncillo con trippi en la base de la lengua.
Hicimos un turno de guardia de cuatro horas, nos pusimos los chaquetones
náuticos y dos se acostaron, quedando los otros dos de supuesta vigilancia. Con
los primeros rayos del amanecer abrí los ojos con curiosidad, cuando acabó la
curiosidad me encontré totalmente abrigado y con ambos pies apoyados en la
bañera. Intenté gritar, pero no me salió la voz de la garganta, entonces miré
donde estaban mis compañeros de viaje, y me di cuenta que Eduardo estaba
tendido en el suelo de la bañera con poco abrigo y abrazado a sus piernas, le
zarandeé y se lamentó entre quejidos, pero continuo quieto en el mismo lugar. Oteé
todas las líneas del horizonte y solo vi eso el horizonte. Me lancé al interior
del cuarto de cartas y volví a gritar pidiendo ayuda, ambos compañeros se
incorporaron y me miraron, les dije que no veía nada en derredor y que el turno
primero de guardia se había quedado dormido. Salimos dando empujones y deseoso
de habernos equivocados, pero de equivocación nada, estábamos navegando en
pleno Atlántico. Buscamos la localización y nos encontramos trescientas millas
N.E en plena corriente del golfo y próximo a las Azores. Tardamos dos semanas
en aproximarnos a las costas de Portugal, en Portimao nos refugiamos y ganamos
provisiones durante tres días, avisamos por radio a la familia y amigos de que
íbamos en camino de Las Palmas y que aun tardaríamos cuatro o cinco días por
problemas técnicos. Que aparecieron en efecto,
después de dos días de navegación. Tomamos refugio en Lara che para nuevas
reparaciones y arribamos a Las Palmas dos días después, allí decidimos
continuar el viaje con rumbo al Caribe. En esas tres semanas aprendimos muchas
cosas, entre ellas que hay que respetar la mar y cuidar con rigor las
decisiones de navegación. Cuando llegamos a las Canarias repostamos y zarpamos
sin demora hacia Cabo Verde, donde nos asaltaron unos piratas y se llevaron el
barco que con tanto esmero habíamos construido, nunca más supimos que fue de
él, pero al menos conservamos el pellejo.
INDALESIO
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