Se
miró las uñas de la mano derecha entrecerrada, como hacen los
indecisos cuando dudan y se dio cuenta de que eran las de siempre,
limpias y recortadas que, con su característica forma ovalada,
aportaron poco al vacío mental que lo suspendía. No le dijeron nada
ni le inspiraron pensamiento alguno que le aclarara el dilema: dentro
de poco habría elecciones y no sabía a quién votar. Ni partidos ni
candidatos ofertaban algo que encajara mínimamente con sus ideales
políticos rebajados hasta el pragmatismo utilitario.
Hacía
algunas convocatorias que venía apoyando con su voto a un movimiento
joven que, aunque le pareció un pelotazo mediático, apuntaba hacia
la renovación. Pero cuando los que parecían cachorros sin desbravar
resultaron tener el mismo pelaje que las jaurías de criadero,
entendió que por ahí no vendría la solución. Sucedió entonces un
acontecimiento que sugería que lo que se viene conociendo como
izquierda tomaba la iniciativa a través de una moción de censura
que traía propuestas para paliar parte de los destrozos que había
causado la política neoliberal en la economía popular, el empleo,
seguridad, enseñanza, sanidad… pero pronto se vio que no eran
capaces de manejarse y solo daban para apagar los fuegos de los
bombardeos de la derecha y los que provocaban los pirómanos de sus
propias filas. Entre eso y los impulsos exhibicionistas del
presidente enfriaron la idea que tuvo de votar a la socialdemocracia.
Desde
entonces las perspectivas son terribles. La opción de no votar queda
descartada porque supone un apoyo a la extrema derecha que va
desmelenada atacando los pilares de la concordia y buscando gresca
por las malas. Entrar en ese juego es peligroso debido a la escalada
de violencia de encendido fácil que conlleva. Dejarlos hacer tampoco
es lo más acertado porque les haría creer que todo el monte es
orégano. La única manera de debilitar a los energúmenos es
convencer a los sensatos para que se impliquen en la renovación de
la política, empezando por eliminar las viejas glorias o más bien
muermos, y hacer creíble la democracia.
La
cuestión puede ser tan sencilla como que los políticos se comporten
de manera respetable, es decir, que no exista la más mínima duda de
que son honrados y no mienten. Y eso no se da, de momento, ni en la
cima ni en la base de los partidos que se mueven más por intereses
personales que por generales. Si aplican a los asuntos del partido
criterios individualistas ¿serán capaces de defender lo público
cuando asuman responsabilidades de gobierno? La duda surge de ahí
¿creen estos meritorios de izquierda en la democracia? Si no la
practican en sus filas ¿la practicarán cuando lleguen al gobierno?
Teniendo la derecha que tenemos no hay más remedio que exigir
honradez a la izquierda porque no hay que olvidar que capitalismo
honrado es socialismo.
Se
volvió a mirar las uñas en las que se reflejaba un brillo que sin
diluir la perplejidad señalaba la dificultad de encontrar diez
justos como le pidió Dios a Abraham para salvar Sodoma y Gomorra o
incluso uno como quedó tras la rebaja, y sin ser creyente sintió
miedo de la furia divina que amenazaba sangre y fuego contra la
desidia y la comodidad, porque mirarse las uñas viene a ser como
mirarse el ombligo. Pero votar hay que votar.
CIRANO
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