Como nos enseñaron en
la clase de religión del colegio, los diez mandamientos se resumen
en dos. Los míos son deporte y Cervantes. La sociedad debería
funcionar con la limpieza y claridad de las pruebas de atletismo y
convendría escuchar más de cerca lo que dijo Cervantes por boca, en
este caso, de Don Quijote. El cual, una vez libre de la tiranía
ociosa de los duques, recuerda, en mitad de la campiña, aquello de
que “la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que
a los hombres dieron los cielos; por la libertad así como por la
honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Cervantes sabía de lo que hablaba cuando se refería a la libertad.
Al poco de este desahogo se topan con una partida de bandoleros que
los priva de libertad y les quita sus escasos haberes hasta que llega
el capitán a poner las cosas en su sitio aplicando justicia
libertaria.
Roque Guinart era un
bandido venido a esa condición por una venganza pero “como un
abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las
venganzas de manera que no solo las mías, confiesa a Don
Quijote, pero las ajenas tomo a mi cargo”. Pertenecía al
partido de los Nyerros o lechoncillos que defendían la
nobleza feudal, enfrentados a los Cadells o cachorros que
componían la facción de la casa de Moncada defensora de los
estamentos favorables a la monarquía hispánica. Protegidos por
Roque entran los andantes en Barcelona para pasearla de la manos de
la crema catalana, hasta el punto de codearse con la alta burguesía
y conocer al visorrey. Lo magistral del relato es el tono en
que muestra la naturalidad con la que se tratan los bandoleros, que
la justicia ahorcaba por decenas allí donde los cogía, y las
fuerzas vivas que protegían a las bases de uno u otro bando: juntos
pero no revueltos Ser salteador de caminos no solo no era ninguna
deshonra sino que iba rodeada de un tufillo de valentía que los
hacía admirables para los fanáticos que los idealizaban. La
libertad que predica Don Quijote a Sancho no tiene nada que ver con
la libertad que profesan quienes se colocan fuera de la ley para
cometer atropellos. El caballero se escandaliza de la vida del
bandolero y le insta a la regeneración: “Señor Roque, el
principio de la salud está en conocer la enfermedad y en querer
tomar el enfermo las medicinas que el médico le ordena. Vuestra
merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por
mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que lo
sanen, las cuales suelen sanar poco a poco, y no de repente y por
milagro…”
La tradición corsaria
de ciertas ciudades costeras parece que habla un lenguaje común
desde Inglaterra a Argel pasando por Barcelona. Las relaciones entre
piratas y nobleza inglesa me parecen del mismo cariz que la que
muestran los Nyerros y Cadell en Cataluña con los
lladres, e, incluso, aguantan la comparación con los
compadreos que la mafia mantiene con el poder religioso y político
en Italia y puede que explique, al menos en parte, la acumulación de
capital en Génova y Venecia cuya fuente, está claro, no es la
agricultura.
Si
hasta ahora me he valido de la ficción para enhebrar el discurso,
mucha fantasía se necesita para deducir las consecuencias históricas
que pueda tener el arrastre de la anarquía de piratas y bandoleros
hasta las estructuras sociales de nuestros días. Aquí valdría
esgrimir las hipótesis de la herencia de caracteres que no vienen
escritos en los genes pero que se transmiten por el ambiente como
patrones culturales. Las conductas se aprenden por educación reglada
y por inducción concertada. Es evidente que España ha formado a las
últimas generaciones en democracia lo que no quita que hay jóvenes
que se sienten atraídos por el fascismo y por la dictadura más que
por el sistema de libertades, por lo que habría que elegir entre las
distintas acepciones que tiene la palabra libertad, la que toma en
boca de Don Quijote o en la de Roque Guinart y sus secuaces.
Aparte del privanza que
se evidencia entre burgueses y transgresores, Cervantes enfrenta los
dos tipos de justicia que aplican cada uno de ellos. Así, avisado
Roque Guinart del paso de una diligencia, manda que sea atacada y que
le traigan a sus ocupantes. “Los escuderos de la presa traen a
dos caballeros a caballo y dos peregrinos a pie, y un coche de
mujeres con hasta seis criados”. Abierta la sesión el juez
Roque impone multas que luego rebaja, prodigalidad de la que protesta
un bandido al comentar que el capitán vale más para frade
que para bandolero, lo que ipso facto le cuesta la cabeza que el
propio juez y parte abre en dos de un tajo, justificando la sentencia
una vez cumplida: “De esta manera castigo yo a los deslenguados
y atrevidos”. Lo que viene a explicar que cada estamento, si se
me permite considerar estamento a la delincuencia, gozaba de libertad
de acción y que mientras no se mezclaran los asuntos de los unos con
los de los otros aquí paz y después gloria (más o menos lo del
3%).
La novedad del caso
Cataluña de estas fechas es, precisamente, el desorden en el reparto
de competencias. Ya no se practica la diplomacia en las alturas y la
guerra en las bajuras; son los Roque Ginart quienes se suben a la
tribuna arengando a la burguesía para que se tire a la calle a
dilapidar los privilegios de los que goza.
Las sociedades han
evolucionado hacia la justicia y la participación de los ciudadanos
en la toma aparente de decisiones. El sistema capitalista se reserva
la última y la penúltima palabra a la hora de defender sus
intereses. Para compensar los abusos sin asustar, el gran capital
utiliza una escala de gradación descendente en la que reparte
excedentes, sobras y desperdicios según se baja. Al pueblo le toca
votar cuando se le manda, consumir lo que se le propone y
entontecerse con la televisión y la redes. En ningún caso está
previsto que el peón se haga cargo del cortijo (lo de Marinaleda es
un milagro). La revolución catalana presenta la singularidad de que
la clase dominante se deje arrastrar por el populismo ácrata de los
antisistema quemando la casa para calentarse. Si en lugar del juego
de la independencia se hubiera entendido que se planteaba un ataque a
la estructura de clases pidiendo igualdad o salarios justos, los
tanques llevarían días aparcados en Plaza de Cataluña, pero al
estar involucrada la clase pudiente se está en espera de que
aparezcan las inevitables contradicciones que den al traste con la
inesperada coyunda de nobles (es un decir) y plebeyos.
CIRANO
Amigo Cirano: Me ha encantado leer esta tarde tú ansiado blogs "semanal" . El de hoy demuestras que has leído en profundidad El Quijote y sus reflexiones con lo que le rodea . Y además recorres por encima y suavemente la situación catalana, como si Cervantes intuyera lo que ocurriría pasados unos siglos y entre una y otra conversación con su apasionado Sancho, Marinaleda como ejemplo de honestidad en un mundo de corruptelas políticas y económicas . Gracias Cirano por tus enseñanzas fruto de la la lectura sin apasionamiento. MANOLO RUIZ.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarHe leído con gusto y atención el artículo de 'El Garrotín': me ha gustado la 'escala de gradación descendente' para repartir excedentes y sobras, a los suyos les tocan las tarjetas black (por si no se autoremunerasen con suficiente generosidad) y se va bajando hasta los que les toca pagar ahora cinco líneas de teléfono (en lugar de una, como antes) a cambio de más fútbol y más Facebook.
ResponderEliminarTambién era complicada la situación social que describe Cervantes, aunque no creo que hasta el punto de la actual. Por un lado un partido de la burguesía catalana (no ajeno a la corrupción) que se lía la manta a la cabeza y se apoya en una buena parte del pueblo para lanzarse sin -al parecer- haber medido bien la situación ni calculado las consecuencias. Por otro, el bando que impondrá el orden y reclama el imperio de la ley y el "constitucionalismo", formado por delincuentes peligrosos que nos trajinan cientos de millones en cada operación (véase caso Canal de Isabel II) un día sí y otro también y los que nos seguirán trajinando.
A ver si la lucidez de Cervantes nos sirve para algo, pero no parece que sea esta cualidad la que se extiende más rápidamente.