Los
intelectuales desprecian a los políticos por mediocres, torpes y sin ningún
tipo de talento. Dicen que pertenecen a una variedad humana que no escribe
libros, no hace aportaciones a la ciencia, ni son artistas o creadores y que se
limitan a gestionar, más mal que bien, los asuntos públicos tragando sapos y
culebras para soportarse los unos a los otros. Se es político porque no se sabe
ser algo mejor. Los médicos, abogados o poetas que se dedican a la política lo
hacen porque se ven incapaces de triunfar en sus profesiones. A ningún genio se
le ocurre dedicarse a la política porque el poder material comparado con el
placer del descubrimiento es una fruslería.
Pero resulta
que esa gente torpe y sin mérito son quienes traman contiendas armadas a las
que acuden los listos a combatir y a morir por causas de las que los necios se
ríen en despachos acolchados, comentando el comportamiento de los mercados. Hay
muy pocos antecedentes de juicios y de castigos a políticos por provocar
conflictos o por enriquecerse con la venta de armas en guerras que ellos
organizan, mientras que la historia está llena de intelectuales patriotas que
dieron la vida por una causa que produce hilaridad a quienes la alimentan.
Mientras los
intelectuales sigan estando en el limbo, pensando que la lucha por el dinero se
puede resolver con palabras la situación no mejorará, porque solo es necesario
que una parte actúe de mala fe para hacer imposible la convivencia y eso es lo
que descubrió Marx: que los ricos van a lo suyo, pase lo que pase, y que están
dispuestos a todo por defender sus privilegios (de ahí lo de lucha de clases). Está
claro que del poder no brotará ninguna iniciativa de compromiso ni de avenencia,
su respuesta será siempre la misma: si queréis lo que tengo me lo tendréis que
quitar por las malas, porque por las buenas lo único que contemplo es la
ampliación de capital.
CIRANO
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