Entre
otros menudencias poco gloriosas, como pueda ser la comida basura o el
Halloween, traídas de la cultura anglosajona, hay tres cosas importadas de
Inglaterra que nos sientan como a un santo unas pistolas y estas son: el césped
que colocamos en parques y jardines como si aquí lloviera cada noche; las casas
adosadas que insinúan independencia cuando lo que hacen es facilitar la
contaminación acústica por la rancia costumbre española del hablar a gritos y
la copia bravía del modelo de los departamentos universitarios trasmutada en
tejemaneje por la autonomía universitaria que, ni de lejos, ha contribuido a la
promoción de los mejores, sino que más bien ha avivado el amiguísimo y el
compadreo que rige en otras instituciones que no destacan, precisamente, por la
búsqueda de la excelencia.
El que la
Universidad española tolere sin inmutarse la prevaricación como sistema de
elección y promoción del profesorado,significa que, en este país, la ilegalidad
alcanza categoría de universal. Como procedimiento y como fundamento. No se con
qué tipo de desagravio intelectual se protegen los miembros de los tribunales
del desprecio por ellos mismos, cuando persiguen el único objetivo de cooptar a
su candidato, obviando la ineludible valoración de mérito y capacidad. ¿Están convencidos
en todos los casos de que el suyo es el mejor o van ciegos y sordos a defender
lo que les conviene? Carecer de criterio para distinguir el talento es grave,
pero proteger a sabiendas la opción equivocada es delito. Es evidente que este
sistema, llamado de escuelas, que anega la geografía física e ideológica
apoyado en intereses que sobrepasan lo académico, es algo sabido y aceptado. La
duda que plantea es si se extiende más allá de la universidad y empapa la
magistratura, la investigación, la sanidad, los bomberos, la policía, el
funcionariado y toda suerte de promociones, además de la política donde es
sabido que no existe otra vara de medida que la obediencia. Si esto fuera así,
la conclusión inmediata es que no puede haber competencia posible sin un
sistema de selección justo y que la democracia se degrada a escuela de
caciquismo trasnochado.Que esta corrupción, al igual que la que implican los
regalos que hacen las farmacéuticas a los médicos que recetan sus productos, se
perciba como normal refleja una debilidad social más propia de la ignorancia
que de la solvencia, pero que ocurra en esferas tan decisivas como son la salud
y la educación superior, presagia un futuro desalentador. Porque puede parecer
que, comparados con el robo a mano armada que se perpetra desde la política,
estos deslices sean pecata minuta;pero
cuando, se analizan en profundidad, resulta que constituyen la carcoma
del desprestigio institucional,un sustrato podrido incapaz de sostener
estructuras sólidas. Algo que es necesario sanear si se quiere avanzar hacia la
sostenibilidad y la competencia.
No hay mayor ciego que él que no quiere ver. Estamos perdidos, amigo Cirano.
ResponderEliminarSolo una pregunta a ese buen artículo amigo Cirano: ¿ cómo conseguimos esa necesidad del saneamiento de las estructuras políticas actuales si queremos avanzar por la sostenibilidad y la competencia. De lo primero tenemos que educarnos nosotros primero y las generaciones posteriores al unísono, con el conocimiento científico de la conservación de la naturaleza y del medio en el que nos desevolvemos y no sólo desde el punto de vista mercantilista de los mercados. Y cuando hablamos de la competencia, para el capital lo fundamental son los salarios bajos, largas jornadas y ningún derecho. Saludos MANUEL RUIZ BENITEZ
ResponderEliminarPues si el futuro es desalentador. La clase media desaparecio, la democracia esta secuestrada y modificadas sus proyecciones, y el resto de conquistas sociales secuestradas por la ambición de los poderosos y sus ilotas. Solo queda una misión reconquitar nuestros derechos.
ResponderEliminar