Nadie había previsto, y si alguien lo pensó se lo tuvo bien
callado, que uno de los retos científicos más ambiciosos con los que soñaba la
humanidad, como era prolongar la vida de los habitantes del planeta, sea ahora
la piedra con la que tropieza la recuperación económica. Resulta que lograr
mejorar las condiciones de vida y alargar la supervivencia, y no la codicia de
políticos y banqueros, son los responsables de la depresión económica que nos castiga. Si
hacemos caso a las opiniones que dejó caer en su día la elegante Lagarde,
directora refulgente del FMI, y que ahora repite Taro Aso ministro japonés de Finanzas,
lo mejor que pueden hacer los viejos por sus hijos y por su país es morirse. Pero,
como siempre, los políticos son unos mentecatos tramposos que tratan de desviar
la atención del problema. Si están convencidos de que esa es la solución que lo
hagan ellos, que lo planteen en los parlamentos, que lo discutan, lo legislen y
que empiecen con sus abuelos o con sus padres. Francisco Ayala reflexiona en “La
cabeza del cordero” sobre la distorsión del pasado que hace
la memoria. “Cuando se produce una súbita y descomunal mutación histórica, uno
puede captar su propio pasado personal como algo desprendido y ajeno.” Creo que
no hace falta esa descomunal mutación histórica para verte como en fotografía.
Los que estamos llegando a viejos no tuvimos que padecer las guerras físicas que
maltrataron a nuestros padres, aunque sufrimos las morales con las que nos castigó
la Iglesia por el simple hecho de haber nacido y disfrutamos lo que se dio en
llamar el estado del bienestar, la automatización, el portero eléctrico y la
comida basura. Los parches en las culeras, las cartillas de racionamiento o los
cortes de luz están tan fuera de nuestras actuales vidas que nos parecen
ajenas. Lo mismo que la convivencia con nuestros abuelos en la casa de todos. Si
nos dejan vivir acabaremos en asilos donde nos adormecerán con pastillas para
que no molestemos, pero si deciden eliminarnos lo único que pido es que utilicen
un método que no duela. Eso es todo.
CIRANO
Yo no quiero que eliminen a la gente mayor. Quién sino nos contaría las batallitas de cuando eramos pequeños o la historia de la familia...Creo que el ser un mentecato y estúpido no viene reñido con la edad, pero sí que abundan en la política desgraciadamente.
ResponderEliminarUNA BATALLITA PARA EL AMABLE ANÓNIMO
ResponderEliminarEn la España de la postguerra, incluso en el colegio de pago, había clases. El atuendo, nuevo o usado, renovado o heredado de hermanos mayores ya empezaba a marcar las diferencias. Había niños que nunca vestían pana, ni paño de raso, ni llevaban parches en los pantalones. Usaban conjuntos o trajes completos, calzaban botas con calcetines altos de lana al estilo inglés y los más distinguidos (salvo excepciones) pasaban por el bochorno de enfundar bombachos. En el apartado de complementos, la cartera de cuero era una distinción frente a la cuerda que ataba el paquete de libros que se podía transportar a patadas como si fuera una pelota. Porque pocos eran los que tenía pelotas de goma con la que jugar y menos los que disponían de valón de badana o de cuero de reglamento que ya era el sumun. Un escalón más arriba estaba la bicicleta y en la cumbre de la distinción la escopeta de perdigones. Corbata de nudo gordo, pelo engomado, gabardina y niñera que los dejaba y recogía del colegio se lo podían permitir los hijos de los enchufados del régimen, profesionales de éxito o falangistas que engordaban a base de corrupción. A veces alguno llegaba en coche acompañado de señoras con abrigos de pieles y joyas relucientes que eran recibidas por el director con más finura que al visitador provincial. Estos niños impecables, blancos y fofos como pinturas de Murillo recibían las caricias de los curas y las mofas de sus compañeros; nunca se manchaban jugando a las bolas, al trompo o a la lima, tampoco llegaban a estar en el equipo de fútbol de la clase, pero sacaban las mejores notas y sus nombres aparecían todos los meses en el cuadro de honor. Desde el suelo, donde nos revolcábamos los proscritos peleando o disputando una pelota de trapo, se les miraba con superioridad, sabiendo que aunque tenían de todo les faltaba lo fundamental; eso que sabrán lo que es los que supieron disfrutarlo.
Una de las mayores contradicciones que existen entre la investigación de la biomedicina y la crueldad de la economía capitalista es la edad. La primera quema sus pestañas por aumentar los años de vida de las personas que en los últimos años hemos pasado de vivir una media de 68 años a una media de 82 y 85 las mujeres. En cada congreso dedicado al tema los logros conseguidos son de una enorme importancia y el reconocimiento de la sociedad. También no sólo es conseguir una ampliación de la edad media de vida, sino conseguir que sea con una buena calidad de vida, porque para ser un florero en una casa y vivir a base de medicación y ayuda exterior es un "sin vivir". Pero avanzamos en los años de vida y de una mejorable calidad. Pero cuando esto ocurre, el capitalismo, como está ocurriendo en nuestro país se tira de los pelos e inicia los recortes de las inversiones pública de la salud para que nos tengamos que convertir en unos ancianos clientes en vez de pacientes. Lo primero que hace es cortar los presupuestos de investigación en general, lo que hace que las enfermedades crónicas no tengan solución a corto plazo y menos aún a largo, que como vivimos más y sin aportar al sistema público, la salud no avanza, sino al revés, disminuye la salud y aumenta la enfermedad y como son de viejos, hay que dejarlos que sea la naturaleza la que nos fulmine, que no nos cure la medicina que cuesta dineros y viejos los imprescindibles para los museos. Asco de país y tal vez de llegar a viejo. MANUEL RUIZ BENITEZ
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