El
Sistema Nervioso Central ejerce dos tipos de control sobre el
organismo, uno de carácter voluntario y automático el otro. De
manera facultativa se decide caminar o permanecer parado, hablar o
callar etc. A eso se le viene llamando libre albedrío (potestad de
obrar por reflexión y elección). Las funciones vegetativas que
mantienen la actividad vital son automáticas. La digestión, el
latido cardíaco o la función renal están fuera del control de la
conciencia y funcionan como maquinarias bien ajustadas hasta que se
averían, cosa que no es frecuente. En esta digresión planteo que el
atributo voluntario evoluciona inexorablemente hacia el automatismo y
para más inri, lo hace utilizando la libertad de acción.
Para
ello parto de la premisa de que el libre albedrío es un instrumento
individual de aplicación social. Se usa para analizar y en su caso
decidir hasta donde puede llegar la autonomía personal sin
colisionar con la de los demás. Es el límite funcional de
impenetrabilidad para lo espiritual como el cuerpo lo es para lo
material. La velocidad de la revolución técnica actual permite
percibir en el transcurso de una generación cambios sociales que
antes necesitaban siglos para mostrarse. Uno de ellos es la evidencia
de que la libertad individual está cada vez más sometida a un
control de orden superior que viene impuesto por el aumento de la
complejidad.
La
evolución en general va de lo aleatorio a lo cierto, y en el plano
humano, de lo emocional a lo racional. Las sociedades prosperan
restando grados de libertad al individuo a dos niveles. Por una
parte, la mecanización hace que el trabajo y las relaciones sociales
sean cada vez más automáticas, y por otra, el propio individuo está
siendo colonizado por aparatos que sustituyen funciones fisiológicas
básicas: prótesis, marca pasos, bombas de infusión, chip, diálisis
etc. La libertad no se ve restringida por imperativo legal sino por
la ingeniería. El desarrollo tecnológico está llevando el proceso
personal y social hacia la automatización como tributo del bienestar
y del aumento de población.
Las
redes virtuales por las que circulan los ciudadanos con entera
libertad son hilos que acabarán encadenándolos. La relación
impersonal, además del ahorro de expresión, utiliza un sistema de
comunicación que se aproxima cada vez más al lenguaje máquina:
pocos caracteres, expresiones estándar, códigos de signos,
emoticones etc. Todo ello en detrimento de la riqueza del lenguaje
hablado al coste del gesto y la palabra. Eficacia del mensaje y
pobreza de contenido. El programa que diseña las rutinas personales
es desde hace tiempo el conductor del viaje al automatismo, hasta el
punto de que la vida de muchos ciudadanos se parece más al
itinerario de los autobuses urbanos que al referente de libre
albedrío.
No
se necesita demasiada perspicacia para percatarse del sentido del
progreso; con la mera observación basta. La paradoja del sistema
jerárquico que rige la inteligencia humana es que por voluntad
propia adopta las funciones automáticas típicas de su subordinado
vegetativo. En el neolítico se vivía menos, pero sin horarios ni
limitaciones sociales, lo que significa mayor libertad. Dentro de
poco las decisiones voluntarias serán tan automáticas como la
digestión o la respiración. A eso se llegará por necesidad, sin
márgenes para la elección. La maquinaria social y personal tendrá
que ajustarse a las exigencias del progreso si se quiere extender el
bienestar medio de ahora a toda la población, al tiempo que se
mantenga el interés por la conquista del Universo. Habrá quien
intente librarse de ese destino aislándose en colonias
autosuficientes de vida primitiva, pero tendrá que ser con permiso
de la autoridad y si el tiempo lo permite.
CIRANO
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