ESPAÑA S.A.






Después de las barbaridades que comete Aquiles a las puertas de Troya; tras deshonrar el cadáver de Héctor arrastrándolo por los pies y celebrar el holocausto en honor de Patroclo en el que sacrifica doce jóvenes troyanos además de decenas de animales, organiza unos pacíficos juegos funerarios como si tal cosa. Eso me reafirma en la idea de que el propósito del relato homérico es enardecer el sentimiento patriótico. La Ilíada podría catalogarse como una superproducción cargada de efectos especiales con fines educativos. Desconozco si la epopeya homérica expresa lo que pensaba el pueblo o lo que el poder deseaba que pensara el pueblo.
Las leyendas escarban en las reminiscencias más profundos de los hombres con el fin de unirlos en torno a una idea común, hasta el punto de que se me ocurre decir que los pueblos sin leyenda son sociedades anónimas más que pueblos. El sustrato intelectual de las leyendas no tiene por qué descansar en hechos históricos o en datos científicos, sólo necesita ser contado. No debe olvidarse que están escritas desde el selecto círculo de los ilustrados que antaño era mucho más restringido que ahora.
España elaboró una leyenda en torno a la Reconquista que más tarde extendió a la idea de Imperio, por cierto, lleno de mugre, en el que no se ponía el sol. En ningún caso se trata de alegorías ancestrales animadas por ídolos locales de un pasado muy remoto, o lo que es lo mismo, mítico. El relato que unifica a España es de inspiración foránea. La doctrina que sustenta la ideología que congregó al indígena en torno a la Reconquista es un rito importado sin personalidad propia. Es más, el principal protagonista es judío a pesar de que el subconsciente colectivo patrio sostiene una cierta animadversión hacia esa estirpe. De hecho, la decisión más polémica de los Reyes Católicos fue expulsar a los judíos de sus reinos; y el nacionalcatolicismo reciente los despreció al tiempo que hacía gala de observar la Historia Sagrada que relatan los libros hebreos.
En España no se conservan tradiciones anteriores al cristianismo que es doctrina de recorrido histórico, no prehistórico. La falta de mitología condiciona la carencia de cemento de unión. No tener himno es coherente con la pobreza de suelo sentimental donde apoyarse. La ausencia de soporte mítico se debe, por una parte, a que este solar ha sido siempre más camino que posada, pero sobre todo a que la escritura llegó, precisamente, con relatos griegos de manos de los fenicios. Vivir en hogar cálido hace que la cultura se trajine al aire libre, que sea más emocional que reflexiva y más hablada que leída. Un pueblo sin escrituras está abocado a ser un pueblo sin leyenda. El hombre necesita un pasado heroico, aunque sospeche que es inventado. Al dejarse engañar, libera la angustia que le produce el dilema de la muerte: si lo que cuentan los escritos es mentira quizá la muerte también lo sea. El soporte ideológico de un pueblo tiene que ser legendario para que arraigue. La verdad revelada crea dudas inquietantes. Con unamunos furibundos no se va a ninguna parte.
Los únicos mitos que han circulado por España han sido el de Santiago Matamoros y el de la Virgen del Pilar que, aunque apócrifos, son tan recientes que casi se les toca con la mano. Necesitaríamos relatos prehistóricos que justifiquen el origen de la sangre española. Habría que irse a los íberos o a los tartesos que conocieron el suelo donde se apoyaban las columnas de Hércules o pensar la historia de un dios Iber que fundara Iberia. Añoramos dioses de la tierra, no del cielo. Los dioses griegos, aunque habitaban el Olimpo bajaban a aconsejar a los hombres y a robarles las mujeres. La fantasía no puede depender de la decisión de un concilio o de un Papa que se le ocurra anular la existencia del infierno. El pueblo debe tener libertad para enriquecer la leyenda sin miedo a la excomunión. Lo que se acepte como credo debe resistir todas las pruebas de veracidad sin superar ninguna: cuanto más inverosímil y libre mejor; el único requisito es que resulte congruente con el imaginario colectivo. Que no vengan ahora con cánticos celestiales ni versiones cursi de un himno afásico por naturaleza. Un pasodoble uniría más que esa marcha militar, musicalmente infumable, empapada de rojo todavía fresco.
CIRANO

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