Uno de los signos por los que se valoraba el estatus social en la postguerra eran las culeras en los pantalones, esos parches que se ponían en la zona del asiento para reforzar la tela gastada por el uso. Las llevaban los oficinistas y los niños que heredaban las prendas de sus hermano mayores, además de los jornaleros que vestían pana y se las ponían de lienzo. Eran piezas dignas que solucionaban un problema concreto de los muchos que acarreaba la falta de recursos. Los que querían aparentar y no usaban remiendos se les transparentaban los calzoncillos porque había pocos que tuvieran para renovar el vestuario.
La dictadura dejó a España con el culo al aire y los padres de la Constitución arreglaron algunos rotos y zurcieron de mala manera otros, dejando desgarros como el de la reparación social y moral de los republicanos que fueron represaliados por cumplir con su deber. Otra mala solución con la que pretendieron cerrar heridas fue el parcheo de las autonomías. Inventarse la de Madrid al margen de la región a la que históricamente pertenece fue darle ventaja frente a las reivindicaciones, también históricas, de Barcelona. Procurarle un tan elevado índice de políticos por habitante, parámetro por el que se mide el poder, fue colocarla de manera artificial delante del resto de las capitales de provincia.
En los cuarenta años que llevamos de democracia se ha demostrado que los grandes partidos han explotado su influencia en la villa de Valencia, Madrid, Barcelona, Sevilla, Murcia, Santiago etc. al intervenir en negocios a través de la política (eufemismo sacado de la crónica de casos de corrupción). Práctica, por cierto, que ejecutaban a la perfección los “no políticos” del régimen anterior. Pero si se concede singularidad a Madrid ¿por qué no la va a exigir Barcelona? La alternativa no era dotar de autonomía a Barcelona, sino no habérsela dado a la capital del reino.
En la especie humana todos somos singulares tanto en lo físico como en lo intelectual, siendo mucho más lo que nos separa que lo que nos identifica; incluso entre gemelos univitelinos se desarrollan personalidades distintas. Pero la inteligencia descubrió que buscando similitudes se progresa más que destacando diferencias, por lo que empecinarse en resaltar lo distinto me parece una actitud torpe y antigua. Sófocles decía que se envejece cuando se deja de tener amigos. Una manera de envejecer es ofender a los vecinos de los que no te puedes abstraer ya que los vas a encontrar en el asilo. La inteligencia es un recurso de racionalidad y el nacionalismo un soporte emocional que en ninguna parte del mundo civilizado anula las diferencias ideológicas que gestiona la democracia. La sociedad catalana, como todas las evolucionadas, estará dividida entre derechas e izquierdas (o los sucedáneos que se utilicen ahora). Dentro de los separatistas convivirán las dos tendencias al igual que entre los llamados constitucionalistas. Podríamos estar asistiendo al nacimiento de un nuevo modelo ideológico inspirado en el comportamiento de los hinchas de fútbol, donde los sentimientos se imponen a las razones, si no fuera porque atar a los perros con longaniza se mostró ineficaz hace tiempo.
CIRANO
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