Como todos los días, el
Dr. Antiguo se despertó alertado por el sonido de la radio.
Permaneció un rato en la cama oyendo las noticias antes de
levantarse para ir al cuarto de baño. Se había dejado barba para no
perder tiempo afeitándose pero acabó sintiéndose satisfecho cuando
comprobó que lo hacía más respetable. Una vez vestido salió al
pasillo donde le esperaban alineados sus hijos a los que llevó al
colegio de camino al hospital donde llegó cerca de las nueve. Sube a
la planta, se pone la bata y entra en el aula donde se desarrolla una
sesión clínica a la que siempre llega tarde.
¿De qué va la cosa?
pregunta a un compañero en la última fila. Están dando cuenta de
la guardia, parece que ha sido tranquila, le contesta. Mejor así,
piensa mientras echa un vistazo a la sala. El jefe lo mira con
hostilidad porque no hay manera de hacerlo llegar a las 8:30 teniendo
como tiene media hora de margen. Evita fijar la mirada en él y
prefiere sobrevolar el ambiente: están todos los que son incluidos
los residentes que han hecho la guardia y que se quedarán hasta las
tres.
Con poner el despertador
media hora antes, le reprende el jefe que lo ha llamado a su
despacho, consigues ser puntual. Sí, pero entonces no puedo llevar
los niños al colegio. Que los lleve su madre. Ella tiene que fichar
y no se puede retrasar, me quedaré un rato más. Nadie se queda un
rato más después de que yo me marche, contesta el jefe, le estáis
dando argumentos al Comité de Empresa para que nos hagan fichar a
todos. El Dr. Antiguo piensa que le podría decir que también él se
va antes de tiempo porque tiene privada por la tarde y le gusta
echarse la siesta, pero no dice nada. Recoge las hojas de consulta y
se va a pasear el hospital. En cada sala que visita se para con algún
colega para quejarse. Desayuna a media mañana de vuelta al servicio.
Pasa entre las filas de pacientes y antes de empezar la consulta
cuchichea con la enfermera, le dice que hay que darse prisa porque a
la una y media empieza una asamblea.
Cuando llega al salón
de actos no puede entrar porque está rebosando. Se queda en la
puerta intentando enterarse sin oír nada. ¿De qué va la cosa?
pregunta a un vecino. Están presentando la candidatura al Colegio de
Médicos, le contesta de manera distraída. ¿Quiénes son? ¿los
médicos jóvenes? Sí. Valiente chorrada, deja a ver si puedo pasar.
¿Qué es lo que se han creído esos niñatos? Empujando logra entrar
al tiempo que un orador defiende la colegiación libre. No lo puede
evitar, una oleada de indignación le sube al pecho haciéndole
gritar: ¿si queréis que no haya Colegio, por qué os presentáis?
Porque somos libres, le contestan desde la tribuna y porque queremos
cambiar las cosas desde dentro. Intenta responder pero le dicen que
se calle. Aguanta hasta que termina el debate en una sala que se ha
ido vaciando a medida que se acerca la hora de la salida. Los
disidentes pasan acalorados por su lado comentando lo que interpretan
que ha sido un éxito. Al cruzarse con el Dr. Antiguo lo ignoran
porque lo consideran un energúmeno. En el bar se encuentran al
candidato oficial, es el actual presidente que les ofrece un par de
puestos en la junta si retiran su candidatura. Esto les da ánimos
porque piensan que es un acto de debilidad del contrincante y lo
rechazan. Falta una semana para las elecciones en las que piensan
volcarse. Lo que no saben es que el presidente ya ha recibido por
correo votos suficientes para ganar con holgura. El buen hombre es
sincero cuando les dice que le caen bien y que lo único que quiere
es evitarles hacer el ridículo, cosa en la que se empeñan por todos
los medios.
CIRANO
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