Los datos científicos
que apoyan la hipótesis de que la evolución depende de la
cooperación parecen sólidos. Está demostrado que la socialización
humana empezó cuando un grupo de simios
comprobó que era más ventajoso defender al compañero en
dificultades que abandonarlo a su suerte. No lo hizo por altruismo ni
por beatería, sino por utilidad. De todas maneras este avance no
supuso renunciar a la competencia por la hegemonía ni a la defensa
de intereses particulares. El resultado empírico constató que el
grupo se refuerza, crece y se complica a medida que incorpora
actividades sociales. Si no hubiera predominado la cohesión frente a
la dispersión por el individualismo, la
especie no habría llegado a alcanzar los cerca de ocho mil millones
de unidades con los que cuenta.
De la misma manera que
no se perciben cambios en la forma de caminar desde que se llegó a
la bipedestación o en la manera de ingerir alimentos desde que se
tienen dientes, no han aparecido alternativas a la cooperación como
medio de progreso. Me hacen gracias los partidos que predican cambio
sin concretar en qué consiste, cuando lo único que se necesita es
honradez a pelo. Se sigue andando erguido como al principio, se sigue
comiendo por la boca como siempre y se necesita la cooperación entre
individuos para sobrevivir. Algo tan sencillo como eso debería
desanimar a los votantes que apoyan a los que defienden el
individualismo y el liberalismo como si cada uno pudiera valerse por
sí mismo o apañarse sin el amparo de la comunidad.
Pero la cosa viene de
lejos. Los organismos superiores son pluricelulares, es decir, están
compuestos por miles de millones de células diferentes que proceden
de microorganismos que alguna vez vivieron a su aire hasta que
comprobaron que era más rentable agruparse. Se acaba de descubrir un
parásito unicelular que permite explicar el paso de animal
individual a pluricelular. En la hemolinfa, la sangre, de un caracol
se ha encontrado un protozoo que para sorpresa de los investigadores
contiene genes de cooperación impropios de su condición
independiente. Estos bichos viven aislados practicando el liberalismo
hasta que la necesidad aprieta y entonces piden ayuda. Cuando sufren
estrés por falta de nutrientes o por aumento de la agresividad del
medio se convierten en seres sociales. Esta ameba ha sido bautizada
con el tremendo nombre de Capsaspora owczarzaki que traducido
al español de los hechos significaría algo así como Partido
Popular: oportunistas agresivos que
viven en las entrañas de la banca y negocios sucios como si fueran
los reyes del mambo, pero que cuando sufren el estrés de la crisis
por haberse pasado de individualismo, recurren a la sociedad para que
venga en su rescate apelando a la cooperación de la que se olvidarán
en cuanto saneen las cuentas. Este grupo pertenece a la rama
filogenética de los parásitos
políticos y está dirigido por la hidra de Génova que, como la de
Lerna, posee un número indeterminado de cabezas, todas ellas
mentirosas. A la UE cuentan una cosa, a los delincuentes de su
partido da ánimos y a los ciudadanos engañan guiñando el ojo
izquierdo.
¿Cómo puede haber un
30% de contribuyentes, la mayoría de ellos pobres, que apoyen una
política tan contraria a sus intereses?
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