HEREJÍA








Herejía es la afirmación o posición contraria a los principios y las reglas establecidos y aceptados comúnmente en cualquier cuestión, ciencia, arte, religión, etc. En su tiempo fue herejía afirmar que la tierra giraba alrededor del sol o que Dios no creó a la mujer de una costilla y al hombre de lodo. Los principios y las reglas se establecen por consenso o por imposición. La democracia es un sistema político que las sociedades aceptan porque creen que es una manera justa de gobernarse. Poner en duda la democracia es una herejía, pero es seguro que llegará un momento en que dejará de ser útil para ordenar la convivencia. Quedará tan obsoleta como las opiniones cosmológicas del Génesis. La cuestión es saber si no ha empezado ya la decadencia que se avisa casi desde el principio.
Las elecciones reflejan la distribución normal de las preferencias políticas en busca del sentido común de la mayoría. Si además se aplican correcciones proporcionales como ocurre en España se fuerza la exclusión de las minorías que es de donde suele venir la novedad, sin olvidar que de la cola alta de la distribución normal sale el talento y de la baja la dependencia. La mayoría, aglutinada bajo el paraguas de la homogeneidad, queda a merced de publicistas y políticos (si es que ambos no son la misma cosa) que la manipulan en beneficio propio. Como sujeto pasivo se conforma con ser lo que le dicen que es sin buscar ni necesitar señas de identidad más allá de las primarias de familia y territorio, de ahí lo fácil que resulta manejar las propuestas emocionales como religiones o nacionalismos. Al creerse que gobierna a través de los votos que emite cada cuatro años, se deja llevar sin entender que cuanto más amplia es menos selectiva resulta. En teoría la democracia renuncia a la calidad en favor de la cantidad.
Los comportamientos sociales no son fáciles de interpretar ni sencillos de describir. La simplificación narrativa es una estrategia para tratar de hacerse entender, operación que también utiliza el sistema nerviosos central de cada individuo para relacionarse con los demás. La democracia no es un objeto versátil como pueda ser un cuchillo que sirve tanto para dar una puñalada como para operar un tumor maligno. Se trata de una herramienta cuya única aplicación es ordenar la convivencia. Por eso su rentabilidad debe valorarse en virtud de los resultados. Su estado de salud se conoce a través de una sola pregunta: ¿se vive en una sociedad ordenada, satisfecha y justa? Si la respuesta es sí no hay más que hablar, pero si es no se debe indagar por qué falla una maquinaria diseñada para no fallar, averiguando de camino si el capitalismo, con quien la democracia forma cuerpo, tiene capacidad y voluntad de hacer que los pueblos se sientan felices y contentos.
Sin necesidad de acudir a estudios sofisticados se percibe que la distribución de la riqueza natural que es patrimonio de todos, como agua, sol, espacio o las prestaciones a las que obliga la convivencia como educación, salud, comida, vivienda, cultura u ocio, no están equitativamente distribuidos. Teniendo en cuenta que el bienestar es una percepción se puede aventurar que el modelo de democracia que funciona en los países desarrollados con USA a la cabeza no atraviesa su mejor momento, como lo indica el incremento de la desigualdad y la comprobación de que la empresa privada tiende a robar si no se la ata corto. Pero el capitalismo sabe que cuando la masa percibe que puede perder más que ganar con alternativas, por muy justas que sean, se vuelve prudentemente conservadora. De ahí que la crisis haya metido el miedo en el cuerpo a la mayoría que prefiere malvivir a patrocinar el cambio.
En la evolución no se dan saltos en el vacío, las grandes transformaciones que parecen milagrosas lo único que han necesitado para producirse ha sido tiempo. En cambio los desastres ocurren con rapidez y sin avisar. La democracia no es un vehículo todo terreno capaz de superar cualquier obstáculo. Por la deriva de la corrupción se llega al caciquismo, a la centralización de poder y a la pobreza. Para administrar la pobreza no hay otra vía que compartir y cooperar. Hasta la revolución francesa el desahogo de las masas oprimidas se satisfacía con revueltas e intentos de asalto al poder, pero con los medios coercitivos con los que cuentan los estados actuales el pueblo se siente intimidado a la hora de promover cualquier tipo de protesta, aunque sea pacífica, lo que no evita que grupos motivados se organicen por su cuenta para realizar acciones violentas. Estas minorías dispersas, como los virus, no tienen ningún compromiso social y su objetivo es infectar y reproducirse por separado sabiendo que el organismo no cuenta con defensas eficaces para combatirlos.

CIRANO

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