LA LEYENDA DEL LIBERALISMO





            Parece que está calando en la opinión pública el convencimiento de que el liberalismo es la única estrategia económica capaz de superar la crisis, como si no hubiera otra salida a la situación en la que nos han metido los neoliberales, que administrar más de lo mismo. Esta puede ser la razón del aburrimiento de ese 18,5% de españoles que, a pesar de tener estudios superiores, no ejercen la siempre comprometida labor de intelectual y no saben o no contestan. Suele ocurrir que los hechos que más influyen en el comportamiento humano se basan en quimeras. En los tres mil años o más de historia escrita no se ha podido recoger un solo dato que pruebe la existencia del más allá o que demuestre la creación del mundo por un ser superior. A pesar de ello este gobierno elabora normas de conducta privada en base a leyes divinas. Desde una especie de camelo semejante se siembra la idea de la necesidad de sacrificio de los que menos tienen para que los ricos se decidan a invertir y mover la economía. Tan improbable es que eso ocurra como que exista el demonio.
La ciencia aplica sus inventos en condiciones idénticas a las de los experimentos con los que consigue sus descubrimientos. Los antibióticos, por ejemplo, hacen su trabajo sobre microorganismos que infectan de forma muy parecida a cada individuo y que actúan igual en la placa de Petri que en el animal vivo. Si las bacterias cambiaran de un día para otro, los antibióticos no servirían de nada. La historia, por el contrario, no puede aplicar sus conocimientos porque, además de no ser capaz de reproducirlos de manera experimental, el futuro es impredecible y cada día cambian las condiciones empíricas. Por eso, defender sistemas que hasta ahora han venido funcionando (mucho más cuando ni siquiera funcionan), tiene crédito hasta que deja de tenerlo. Es posible que no existan principios inmutables de comportamiento humano, sino que la conducta sea la adaptación  a la variabilidad del medio. Si se pudiera asegurar la estabilidad de los factores ambientales, como se estandarizan en el método científico, la sociología o la historia tendrían valor predictivo.
El neoliberalismo, que no es un principio inmutable, no puede ser utilizado como argumento de fiabilidad eterna. El afán de riqueza de una minoría no va a poder dirigir y alimentar la economía de manera permanente y universal. De hecho lo único que consigue es engordar su cuenta sin importarle la comunidad (el liberalismo se conoce también como individualismo económico). Basta con que se produzca un accidente, un error de cálculo o una fechoría calculada para que se tengan que modificar las condiciones y quien antes prestaba dinero a clientes confiados, deba ser rescatado con el esfuerzo de todos por cometer la indiscreción de robar. No estoy hablando de moral ni de justicia, me refiero a condiciones objetivas que operan en las sociedades modernas.
La historia reflexiona acerca de las realidades que se dieron en el pasado y que puede que se repitan en el presente; la leyenda ni eso. La historia generaliza, no con la fiabilidad de las leyes de la física, pero si con la aproximación suficiente como para inferir lo que no debe hacerse. La historia ha podido analizar y generalizar la trayectoria de los imperios que en el mundo han sido. Imperios locales y piramidales como el Inca o el Egipcio e imperios globales y transversales como el Romano, el Cristiano o el Norteamericano. De los imperios extinguidos se pueden estudiar los síntomas que anunciaron su decadencia, las causas que dieron lugar al desgaste de instituciones que funcionaban hasta entonces y el tiempo que tardaron en llegar al derrumbe definitivo. En la historia del cristianismo, que se encuentra en fase de agonía, se puede leer el diagnóstico de su enfermedad, el efecto de los tratamientos que se aplicaron en su día y el pródromos de su muerte.
El capitalismo también poder ser sometido a análisis y comparaciones para ver si las crisis periódicas que padece se deben a ajustes coyunturales, que podrán superarse con tratamientos de choque, como los que se le están aplicando, o si por el contrario, se trata de fallos estructurales que lo inutilizan para satisfacer las demandas de una población de más de siete mil quinientos millones de habitantes. Habrá que conocer si el actual sistema de distribución de la riqueza sirve para sostener el planeta y a sus habitantes o si estamos en la fase final de un proceso irreversible que necesita ser renovado con urgencia antes de que nos arrastre a todos al desastre.

CIRANO

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