IRONIAS DEL DESTINO

LO ORIGINAL Y LA DESGANA




La vida avanza arrastrada por lo original y por lo nuevo enfrentada al peso muerto del conservadurismo militante. Para que la originalidad se imponga es necesario que aporte novedad y que a la vez sea digerible, cuanto más digerible, mejor. Triunfa lo pegadizo, lo que se deja llevar por el estribillo: no se si la evolución o la ciencia se ciñen a este principio estético. Si a Einstein no se le hubiera ocurrido introducir, a última hora, su fórmula Emc2, tan volátil, tan artística, tan pegadiza, la teoría de la relatividad con el concepto espacio-tiempo todavía no resuelto, no hubiera tenido el éxito que tuvo. Cuando aportó su punto de vista heurístico acerca de la creación y transformación de la luz, se lanzó a los principios cogido al paracaídas de su fórmula sin la que se habría estrellado. Plank, menos tocado por el determinismo del azar, había dado el grandioso paso previo al describir que la energía no es una constante como el agua que fluye, sino que llega en paquetes individualizados a los que llamó cuantos; pero su apuesta no tenía una insignia brillante a la que adherirse. La relatividad solventó el fatalismo teológico despejando el camino de lo mediático, de lo liviano, de lo fútil, de lo intrascendente, de lo que no parece lo que es. Ser originales, si, pero en el momento preciso y con la imagen adecuada.
Incluso los creyentes intuyen que no queda nada en qué creer y que la esperanza es una sorpresa. Desde que se sabe que lo único estable es el cambio, el mercado se afana en generar estímulos para el entusiasmo (recuérdese que entusiasmo era el furor o arrobamiento de las sibilas). Pero al ser el entusiasmo un estallido fogoso, consume pronto el carburante que lo enciende y se agota con facilidad, por eso tras el entusiasmo se necesita gestionar la desgana. El eslogan publicitario sorprende pero para convencer hay que insistir sobre intelectos cansados y ahí está la política. El político colabora con el capital traicionando la esencia del poder popular que lo ha elegido. Su único empeño parece ser aburrir al personal haciendo que la gente se desentienda de la cosa pública, enredando lo simple para que parezca una cuestión de expertos, esos personajes que se dedican a desmoronar encuestas en busca de la pepita que esconde la fórmula que los mantenga. El objetivo es desmantelar el estado para gestionarlo mejor, dicen. Recortan el sueldo a los funcionarios para compensar a la banca de los riesgos especulativos a los que les ha llevado su avaricia y no nos ponemos en pie de guerra. No hay sibilas que nos entusiasmen ante la anestesia a la que nos somete la política. Constátese que nadie los llama, que se mueven impulsados por su vanidad, atraídos por el placer de mandar, aunque sea a un atajo de ovejas, como sostenía Sancho.



De los Papeles de Santiago Persona Individuo

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