Quizás no he sido consciente de que los silencios tomaban
protagonismo en mi vida, quizás me adocene con tanta desmesura que me habitué a
vaguear en los amados silencios, y allí escondidos entre la vegetación del
observatorio del silencio me posesioné con cierto regomello. Pasaron los días,
los meses y los años y continuaba en esa especié de letargo oscuro, con la
única compañía de mi potente silencio, pero ya en fase de adaptación a mover
solo lo suficiente para que no me invadiera las ulceras de la indiferencia.
En uno de aquellos tiempos, con la baba caída por el surco
de mi enorme boca y deslizando por mis amadas letras entendí que, copiando
escritores que habían pasado por la misma laceria, me senté a la orilla de la
playa y medité que podía contar, fugaces ramalazos de relato en derredor de mis
neuronas, merodearon en busca de lo más interesante de mi producción literaria.
Me di cuenta que contaba hazañas con una enorme lentitud, y que cuando forzaba
el deseo de escribir, sentía una gran pereza y abandonaba con urgencia la
butaca que me acompañó en todos mis proyectos literarios. Repetí una y mil
veces el ordenar letras, cuando levantaba la vista sentía una especie de
vértigo que me resultaba desagradable, pero siendo tozudo como yo era, insistí
en varias ocasiones, con resultado nefando, y en cada momento despertaba el
deseo, pero me sentía huérfano y abandonado. Pasaron los tiempos e iba olvidado
mis escrituras, decidí ocupar mi tiempo con largos y pesados paseos que
mejoraron mi condición física, pero no mi estructura cognitiva. Me entristecieron
la vida, aunque las buenas compañías animaron bastantes momentos, y así llegue
a este estado donde la pereza y la tristeza tomaron protagonismo y me
convirtieron en un ser ignaro y contrito.
Después de la gran epidemia permanecí recluido en mis aposentos
de la plaza de la República, allí solo miraba por la ventana a la casa de los
vecinos y al fondo el horizonte del cálido mar Mediterráneo.
Solo había conseguido
controlar mis múltiples enfermedades y endurecer mis piernas. De escribir nada,
ideas pobres y de poco interés, y un reguero de letras, desiguales en
disminución convertido en un reguero de confusas e inquietas hormigas imposible
de servir para la lectura. Después de un cuadro febril de origen virasico,
apareció el jodido deseo y con gran desconfianza me senté en mi butaca y abrí
el ordenador. Con letras uniformes gané con los dedos que golpeaban varias
letras de alrededor. Abrí el botiquín y me apropié de una gragea de confianza y
me lancé al martilleo de las teclas, aunque los movimientos incontrolados de mis
dopaminas, con gran celeridad los movimientos coreicos cedieron y pude
controlar el orden de las teclas convertirse en escritura y además con sentido
de gran facundia. Así planifiqué el orden de lo que deseaba relatar, y sin más
dilación comencé el combate de las ideas con la pérdida de capacidad para
pensar, recordar y razonar.
Así comencé el
enfrentamiento dentro de mi desarrollado cerebro, dilatado por la acción del
Paget, pero aun con capacidad para enfrentarme a la estulticia de los
aprendices de políticos y otros seres a los que me enfrentare en los escritos
de mi nuevo GARROTIN.